Puerta de Escape, de Claudio Jaque
(Editorial Galinost/Editorial Atena, 1990)
Claudio Jaque es integrante de la generación de escritores de los 1980s como Carlos Franz y Gonzalo Contreras, que cargan el estigma de haber vivido una parte convulsa de Chile. En algún momento de los 1990s, luego de la publicación de su novela Para llegar a Baden-Baden desaparece de la atención pública. La novela fue presentada como el primer thriller político nacional, pero no obtuvo la respuesta que se esperaba. A las ventas escuetas se sumó la sospecha del mundo literario por escribir un best-seller. Jaque declara en su defensa: “Creo que soy más escritor que muchos” (1990). Jaque desaparece antes de la mitad de esa década.
Comencé una búsqueda de antecedentes en Internet para complementar mi comentario. Pero hay casi nada. Una antología de cuentos chilenos que recopila uno de sus mejores relatos, editada por Lom en 2001. Una tristona reflexión de Jaime Collyer sobre qué le ocurrió a esta generación, rimbombantemente bautizada la Nueva Narrativa, y en la que recuerda a Jaque en la categoría de autores que no dieron lo suficiente. Traspasa los pensamientos de Diego Muñoz Valenzuela por su obra fantástica. Hasta lo encuentro –sin estar seguro que es el mismo- en un anti-ranking de Andrés Jouffé como el izquierdista más “charmant”. El escritor es una curiosa figura ausente.
Jaque ostenta una narrativa desprovista. Seco y sin metáforas, recuerda a parcos narradores norteamericanos, nunca estilistas, que despreciaron las palabras para concentrarse en la fuerza de lo que contaban. Como Ernest Hemingway, como John Steinbeck. Los ambientes suburbanos y sin nombre de los cuentos de esta colección recuerdan a la clase media chilena, de La Florida y Ñuñoa, mientras que la contingencia política de los 1980s cristaliza en metáforas fantásticas como ciudades intemporales. Es lo que pasa infinitas veces en su colección Puerta de Escape.
“Una pincelada en el infinito” es un relato de sabor curiosamente similar al clasicismo de la ciencia ficción. Tiene una idea fuerza y un protagonista obsesionado. En algún momento del futuro, la falta de adrenalina en la vida diaria dará a luz a organismos que se dedican al rubro de dar experiencias extremas a sus usuarios. Tan extremas como la muerte misma. Hubert se encuentra en medio de uno de los tours suicidas de la empresa von König en una selva hostil. Su mayor aspiración es entrar al cotizado cuadro de honor de aventureros que cruzaron una delgada línea hacia la inmortalidad de la fama. El cuento es eficiente hasta el extremo de escatimar al lector todo aquello innecesario a la acción principal como una explicación cuerda sobre el contexto del mundo. Los vacíos los llena uno y esto puede ser una debilidad, por su insuficiencia en dar sentido a lo que se está contando, o fortaleza, por sugerir las líneas narrativas.
Sin embargo, “Vengo en declarar” reniega de lo anterior y se lanza a una discusión semántica difícil de sobrellevar. La protagonista busca sobrellevar su cruzada contra el cero, evitando todo tipo de supuestas conspiraciones de los funcionarios del hospital siquiátrico. La voz narrativa elegida para el relato es discursiva y pesada, una verdadera apuesta hecha por el autor. A pesar de su valentía, termina perdiendo debido a que no se sostiene el ritmo hasta el final.
A continuación viene “Éxito”, un cuento que enfrenta a su protagonista a la mortalidad propia. Nolan es un artista que ha tenido un éxito mesurado en los últimos veinte años de su carrera. La acción inicia en la última exposición de sus obras. Una retrospectiva que incluye una obra inconclusa. Al momento de ser preguntado por su próxima etapa artística, dice sin más: “el negro será el color dominante”. Un rato más tarde le confesará a su mujer, Claire, que se muere sin remedio y ya no quiere posponer más ese último acto. Es una conversación franca, donde Nolan aprovecha de desnudar un secreto que le ha pesado desde sus inicios como pintor. El relato tiene un inesperado final que quiebra su tono realista, quizás insertado con calzador. El tono general es el remordimiento y la pesadumbre, con un toque surrealista, pero que es la anécdota de un hombre y un éxito injustificado.
“El parásito” toma el manido tema del payaso como fuente de alienación. Tantos lo han hecho antes como Stephen King con It. Sin embargo el tema se renueva cada vez porque lo inquietante de mezclar un recuerdo de infancia con la perversidad de un algo oculto y ambiguo es imperecedero. El autor narra las extravagantes acciones de un payaso que bien podría estar loco, no obstante hasta la locura tiene una lógica interna. El payaso deriva por la trama reuniendo esto y aquello, haciendo que la gente estalle en carcajadas. Cosas tan injustificables como robarle el balde a un niño en la playa son inmediatamente minimizadas por la gente por parecer lo que es. El mismo mecanismo funciona cuando hace aparecer pequeños dinosaurios y hombrecitos vivientes. Nadie pensaría en que el payaso sea otra cosa. Nada amenazante. De hecho no lo es, no le importa. Con una ambientación lograda, conseguida a fuerza de la mezcla maldita de juego inocente y doble intención, es uno de los relatos más potentes del libro.
Muchos de los cuentos tienen por escenario una ciudad llamada Coridra, que queda a medio camino entre la imaginación y la realidad contingente del autor –léase dictadura militar. Es una ciudad sitiada por la escasez y la inanición, luego de una guerra de la que no sabemos mucho. Se ha instaurado un régimen totalitario que mantiene a la población muy controlada. En “La casucha”, Fosca es una mujer de edad que ha traspasado la delgada línea entre el dejarse ir y el seguir tirando. Le han comunicado que debe partir a Cinac, un concepto intuido como un lugar terminal para los desahuciados e inútiles de esa sociedad. Su vida se desarma en unos pocos momentos: abandonada por su pareja, destituida de sus derechos civiles. En su último día en Coridra viste sus mejores ropas y se dirige al mercado marginal, un sitio revuelto y pintoresco donde se puede conseguir todo. Allí está su viejo amigo Erco, una especie de vendedor de ilusiones que tiene una curiosa casucha, una cámara en dónde quién entra, encuentra. Fosca se coloca en la fila para entrar. El relato es una de los más sutiles del libro, tanto por su atmósfera inubicable como por la estructura significante que le quiso dar el escritor. Queda pendiendo en el ambiente una intención claramente aleccionadora: uno es arquitecto de la propia vida.
Luego viene “El inútil” que es un relato con un aire de humor y un definitivo tinte de ironía. Me parece que es el único. En un suburbio gringo, una viuda de origen latino y su hijo son objeto de las más variadas especulaciones paranoicas cuando al joven se le ocurre poner una antena de alguna clase en el patio de la casa. El muchacho es un ser taciturno y que definen como un inútil, tal como lo pinta el estereotipo chicano. Los vecinos le tienen lástima a su madre, que se descresta trabajando. La hija pequeña de una vecina cuenta que el hombre se mantiene recluido en su habitación, con un aire de tristeza infinita, acompañado únicamente de un gato y muchos equipos de radio destruidos. La paranoia sube como espuma hasta que es resuelta de una forma inesperada. Al final, el personaje más cuerdo, la hija ya crecida de la vecina, remata el relato con una frase pragmática y de la mayor inteligencia emocional del libro.
“Clasificador 331” es uno de los relatos más pobres del volumen. Conforma el fresco sobre la ciudad imaginaria del autor, Coridra, y se extiende tanto que la acción se diluye hacia el final, tal como la atención del lector. Otro ítem que juega en contra es el estilo cienciaficcionesco de mediados del siglo pasado. Definitivamente cuando veo conceptos como “asuntos tecno-científicos” hago cortocircuito. Mea culpa: quizás no lo leí detenidamente por lo mismo, demoré cerca de dos semanas, avanzando en contra del sueño que me producía. En la misma sociedad futura, opresiva y opresora, la computadora especializada Conver II ha estado fuera de funciones desde hace semanas. Nadie sabe el por qué, solo que la computadora guarda los archivos “Causa Dormida”, una conversación con su ingeniero de mantención, Abdul, y “Clasificador 331”, una “conversación global”. Alrededor de estos misterios se teje una trama política-empírica que redundará en el quiebre del estancamiento científico de la sociedad.
“Feliz Año” me recordó a Kureishi. Me recordó esas situaciones íntimas y reflexivas de hombres en la medianía, impávidos y sumergidos en un acontecer mediocre soportado por la costumbre. Es también un relato contradictorio porque es contemporáneo y sin elementos fantásticos. Un fin de año, después de cometer todos los excesos permitidos en una noche así, Henri se da vueltas en la cama sin poder dormir. Agobiado por un estómago agrio reflexiona sobre dos o tres cosas mediocres en su vida y luego pone atención en la fiesta por encima de su departamento, mucho más interesante. Su imaginación sube un piso y, al filo de la conciencia, elucubra temores y observaciones que dejan entrever la estructura burguesa de una clase media chilena. El cuento se desliza hacia el final sin estridencias como un pensamiento justo antes de dormirse.
“Frustración” relata el drama de un hombre perseguido por una melodía que no puede localizar en su cabeza. Se lo dice a todo el que quiere escucharlo, una sinfonía perfecta que va a ser su legado. Sin embargo no existe manera de sacársela, ni con sicólogos ni regresiones. Es tal la obsesión que termina destruyendo su relación con Carmen. ¿Qué sucede cuándo una obsesión se convierte en lo único digno de contar en una vida? Extirparla también puede ser matar la personalidad.
De haberse podido elegir un cuento del ciclo de Coridra para la antología Años-luz sería “Puerta de Escape” porque es el que desarrolla mejor sus personajes y tramas. Siempre en el tono político y filosófico, con el mismo estilo de relato de ciencia ficción añeja, no decae como “Clasificador 331” y no es una viñeta que se queda corta como “La casucha”; es efectivo y da lo que promete, debido a la introducción de una trama de suspenso. Es interesante constatar cómo el autor construye una ciencia ficción de corte sociológico aunque todos los personajes y ambientes correspondan a la ciencia. Para este caso, se reúne a la matemática Masta, el cardenal Lipé y el entomólogo Greg en un relato también relacionado con el destino de la ciudad. Greg pasa de una vida oscura y dedicada al estudio de los insectos a ser parte de un intrincado plan para encontrar una especie de supergenio que llevará a Coridra hacia niveles insospechados de desarrollo y bienestar. Lamentablemente es un plan sin contemplaciones y exige bastante sangre para funcionar. Muchas claves se encuentran en el pasado de los tres personajes, cuando la Guerra estaba en su apogeo.
Antes de continuar con el resto del libro, “Oasis” viene a ser justamente eso. Es un remanso necesario para iniciar el último cuento. Es corto y poético. Se concentra en un beduino y su hermana. Él odia su herencia, pero, por lo mismo, debe cumplirla.
Al fin llegué a “Kid Kifo”. Cuando lo leí ya estaba agotado, con ganas de pasar a otro libro. Otra vez, mea culpa. Es un pobre remate para el libro. Es una lástima. No tiene nunca densidad narrativa porque está basado en una anécdota que el autor alarga injustificadamente. Pienso que a Jaque le importó más la forma que el contenido. Relatado en forma de crónica deportiva, en un futuro que bien puede ser Coridra, por un periodista deslenguado y arrogante, trata la historia del jugador Kid Kifo condenado por matar un hincha. No pasa nada más relevante, solo el zumbido del periodista mientras relata.
Seguí buscando en Internet. Finalmente llegué a un comentario de José Promis, profesor de literatura latinoamericana de la Universidad de Arizona. Se enmarca en un artículo sobre la prosa de ficción en Chile. Deduce que Jaque utiliza la ficción científica como un vehículo de interpretación de un Chile sumido en una dictadura militar, lo usa como un espejo de azogue y distorsión. Sentencia con precisión respecto de la narrativa de los 1980s: “pretende entregar una imagen de la interioridad individual, buscando allí los efectos producidos por la política autoritarista: fractura o destrucción de la personalidad, de las relaciones familiares, de los vínculos humanos fundamentales.” Me embarga una sensación de tragedia al imaginar la validez de una literatura así, efímera en su década de existencia. Chile es una increíble moledora de escritores.
¿Y dónde está Claudio Jaque? La mayoría piensa que en el lugar que se merece. Yo pienso en él como un buen artesano que podría haber elegido con más decisión el camino del fantástico, que no le era ajeno. En este nicho, su escritura se hubiera vuelto más valiosa y, de haber perseverado, desarrollado más obras que hubieran estado dentro de lo mejor del género en Chile. Desde ya tenemos El Ruido del Tiempo y esta colección. Lo estaremos esperando.
Un comentario en “Cajón Desastre: Puerta de Escape, de Claudio Jaque”