Cajón Desastre: Chile Mutante, Alucinaciones de un territorio caótico, de Diego Escobedo.

Diego Escobedo (1994) se declara aficionado a la ciencia ficción, incluso la de más duro cuño, y trabajó para The Clinic y El Mostrador. Tiene un título en Historia, lo que le permite las credenciales suficientes para enfrentar la tarea a continuación. El libro Chile Mutante, Alucinaciones de un territorio caótico (Biblioteca de Chilenia, 2019, 250 págs.) se presenta como una secuencia de alteraciones de la Historia de Chile para contar sus versiones alternas. Por lo tanto, estamos ante un libro de historia contrafactual o ucrónico. La Ucronía ya ha sido explorada en la literatura chilena, pero su ocurrencia no es frecuente. Sin embargo, se la explora con deseo y efervescencia, debido a nuestros convulsos eventos desde 1973 en adelante. Un anhelo de rectificación, de conocer la otra Historia si pudiéramos eliminar el odio por todos conocido. Pero el libro es mucho más y hunde sus raíces en el fantástico chileno con las herramientas de la historiografía.

Se abre el texto con una breve nota de Escobedo que revisa las motivaciones de cada cuento. Ejercicio que siempre realizaba Asimov con diferentes reacciones de los lectores. Se agradece la brevedad. Seguimos con “El dragón de Valdivia”, que comienza con un prólogo que cumple con su objetivo de introducir al lector a la aventura, y finalmente lo cierra, pero es irrelevante al texto en sí y podría no haber estado. La historia se sitúa en el período de la Colonia y relata la expedición a tierra de nadie para el encuentro con un dragón temible. Buen manejo de personajes y ambiente histórico, aunque se queda algo corto de trama hacia un final insatisfactorio.

Continuamos con “La salitrera steampunk”, un relato ambientado en la Guerra del Pacífico y que me recordó al filme Wild Wild West (1999), sin que esto vaya en detrimento de lo narrado. Un grupo de soldados perdidos en el desierto, en lo más álgido de la guerra, recala en una salitrera dirigida por un personaje inglés peculiar y de conocimientos avanzados en ingeniería que logró construir una utopía tecnológica. Como sabemos, toda utopía se construye sobre un secreto tumultuoso. La narración se desmigaja en el final al introducir elementos que están presentados de rompe y raja.

El viajero del tiempo” es la más curiosa de las narraciones del volumen, ya que se presenta como un homenaje a La Máquina del Tiempo (1895), de H.G. Wells, y sigue los mismos eventos de la novela. Pero aquí lo que cambia es la ambientación, haciéndola más local. Sin embargo para mí no fue suficiente el cambio geográfico y de nombres, y me quedé esperando lo que se espera de un homenaje. Faltó la reinterpretación de este gran clásico, como sí lo hace Stephen Baxter en Las Naves del Tiempo (1995), que permitiera agregar un nuevo ángulo. Incluso el propio Wells hizo una lectura de las clases sociales de su tiempo al introducir a los morlocks y eloi. Es un texto correcto que se queda corto en ambiciones.

El funeral del presidente” es una ucronía y uno de los relatos mejor trabajados en la cantera contrafactual. Reimagina un Chile de los años 1950s en el que el general Carlos Ibáñez del Campo ha dado forma a un territorio pobre y caótico para transformarlo en un Estado moderno y pujante, que coquetea con el nacionalsocialismo. Aparecen las figuras de Miguel Serrano, Salvador Allende y Jorge González Von Marees, que agregan dimensión al relato. Nuevamente un buen manejo de personajes y ambientación histórica, adocenados con una pizca de intriga palaciega. Destaca también en la reimaginación de sitios públicos. Un relato entretenido que se lee rápidamente.

La casa del aviador” es el relato correspondiente al Terror. Aquí abandonamos la rigurosidad histórica para adentrarnos en una esfera más íntima, que se siente parte del imaginario de niñez del autor. Es una pesadilla, pero también es una historia llena de detalles y sabores de una década en particular. El relato me pareció mejor desde este punto de vista, ya que la trama no me convenció con  la suficiente fuerza. El autor, en el prólogo, declara que le vino la idea desde un sueño -la pesadilla que genera una pesadilla-, pero también funciona como un estudio de la mecánica de las tradiciones modernas del animismo en la zona sur de Chile. Me vino a la memoria un caso de hace algunos años sobre casas encantadas en Puerto Montt, que tuvo repercusión mediática en noticieros y matinales de televisión. Pasan las edades, pero la fascinación por la muerte y su relación con lo supernatural resiste a la racionalidad y sus oleadas tecnológicas. Agregaría que la racionalidad misma retrocede y la tecnología se reconvierte en mecanismo de documentación de la fe en las ánimas.

Balance patriótico” es el mejor relato del libro, en mi opinión. Es entretenido y el autor pone toda la carne a la parrilla en referencia a su especialidad para contarnos sobre el último día de la cuenca del Maipo, que incluye a la ciudad de Santiago. Un ambiente apocalíptico que importa menos que los personajes, afortunadamente. Las estatuas de los próceres chilenos comienzan a cobrar una vida metálica y sus encuentros y desencuentros le dan un tono de comedia o discursivo, que desembocarán en un final inevitable, pero no predecible. La acción no decae y existe incluso la redención. El agregado lo pone el lector de Santiago que puede disfrutar del juego de recordar de donde provienen las estatuas.

Se cierra el volumen con “Vacaciones familiares” que toma un cariz de ciencia ficción, es ambicioso y juega a las paradojas temporales, pero que sufre por la comparación con el cuento anterior. Se hace denso, aunque se demuestra ingenioso a tramos. No obstante que bien escrito y riguroso con las paradojas.

El libro demuestra los amplios conocimientos en Historia de Diego Escobedo. Es su especialidad y los sabe combinar con un relato de ficción que haga que el lector dé vueltas las páginas con facilidad. Como autor primerizo todavía tiene que pulir su estilo, el ambiente histórico no debe afectar la prosa. Sin embargo, espero que su promesa siga creciendo con siguientes publicaciones. Pienso que le sigue una buena estrella. Un punto y aparte para la diagramación y edición del libro. Ambas pueden ser mejoradas. El volumen se siente opaco y hay que tener referencias previas para levantarlo de la mesa del stand. Sobre el texto, las imperfecciones ortográficas me hicieron ruido aún muchas páginas después de haberlas leído. Esto confabula contra su popularización y ojalá en una segunda edición puedan corregirse. Porque vale la pena tenerlo en biblioteca propia; este es un debut promisorio de un autor que tiene mucho paño que cortar y aportar a las letras fantásticas chilenas.

Luis Saavedra, 2020.
Luis Saavedra V. nació en 1971 en Puente Alto, Santiago de Chile, y es Ingeniero de Sistemas. Siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y luminosos y sus monstruos enfurecidos y de ojos saltones; consideraba que era algo único de verse. En 1988, ingresó al mundillo de la ciencia-ficción en su país y se incorporó como un activo miembro de la Sociedad Chilena de Ciencia-Ficción y Fantasía, de la que fue secretario al poco andar. Luego participaría en la edición de los Boletines de la Sociedad, formaría parte del grupo Ficcionautas, que realizaron cinco convenciones de fines del siglo pasado, y editaría los fanzines WonderlandsNadir Fobos. Hoy participa del colectivo de literatura fantástica Poliedro.

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