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Ilustración de Nelson Daniel |
En esta nueva entrega, los creadores apostaron por llegar a un público latinoamericano más amplio. Los protagonistas ya no son Arturo Prat y Miguel Grau, sino Salvador Allende, Augusto Pinochet, Ernesto Guevara, Fidel Castro, Eva Perón y John F. Kennedy. Personajes que participan en el mismo equipo (sí, Allende y Pinochet juntos), en compañía con otros personajes ficticios extraídos de distintas novelas de la literatura universal.
Siguiendo la tónica de La liga de Caballeros Extraordinarios, de Alan Moore, la historia entrecruza referencias a Julio Verne, H. G. Wells, H. P. Lovecraft, Joseph Conrad, Bram Stoker y Edward Rice Burroughs, entre otros.
Comparando esta novela gráfica con la anterior, debo decir que me dejó un sabor de boca similar a Iron Man 1 y 2. Al igual que en 1899, sentí que pasaban pocas cosas en Iron Man 1. El verdadero propósito de ambas historias es presentar un universo, y uno bastante amplio. Son apenas una introducción, la punta del iceberg de una extensa y riquísima mitología. De ahí que sea en la segunda parte donde apreciamos más personajes y nudos argumentales. Ya no está la presión inicial y se nota. El guión avanza más rápido y gasta menos tinta en describir la insólita biografía de cada uno de los personajes o lugares de la trama. El mejor ejemplo es el equipo de Triángulo Rojo, una mixtura de Thundercats con Los 4 Fantásticos.
A diferencia de Synco, la clásica ucronía del multifacético Jorge Baradit, donde el uso de personajes reales (la mayoría de ellos vivos) jugó con la intención de herir sensibilidades políticas, poco o nada de eso hay en 1959. Aquí las contrapartes ucrónicas sólo conservan el nombre y el aspecto físico, poco hay de su biografía o carácter original.
El drogadicto y caído en desgracia doctor Salvador Allende recuerda más al personaje de Favalli en El Eternauta (justamente Oesterheld se inspiró en el rostro del presidente chileno), y Pinochet termina siendo el más humanitario y prescindible del equipo (no será la última vez que Ortega dibuje al innombrable general. Recordemos que está trabajando con Félix Vega en la biografía en cómic Augusto Pinochet, una novela de terror).
El clímax del argumento, al igual que en 1959, retoma un recurso recurrente de las últimas dos temporadas de los X-Files: todo el universo que nos presentan es cuestionado, y el lector, tras haber digerido toda la opípara mitología interna, se da cuenta hacia el final que –casi- todo es falso. Que existan inconsistencias entre las motivaciones de los villanos entre ambos tomos acrecenta el problema (tarea para la casa: descúbralas usted mismo. Aquí no encontrará spoilers), más aún la existencia de una gigantesca conspiración de un universo que amenaza con destruir al otro (muy Fringe, ¿verdad?).
El final continúa con una fórmula muy J.J. Abrahms: con un cliffhanger que genera más preguntas que respuestas. En ese sentido, la saga ya se encamina en caer en la trampa de Lost: plantear tantos misterios que al final se vuelve imposible resolverlos todos lógicamente. Y el guionista opta por dejarlos abiertos y cerrar todo con frases para el bronce, o responder preguntas con preguntas cual maestro shaolin. Confiemos en que no será así, y Ortega nos sorprenderá con otro giro argumental en el tercer tomo, que rellene todos los vacíos. Todo apunta a la existencia de una encrucijada de multiversos que se cruzan constantemente, argumento científico de otra gran ucronía criolla: La sombra de fuego, de Alberto Rojas.
Tras la última viñeta, vienen dos capítulos escritos que recuentan el final de 1899. Se trata de una versión extendida y modificada en varios detalles del libro anterior (ya es un hábito en Ortega, hizo lo mismo con la reedición de El horror de Berkoff y El Número Kaifman). Y finalmente, el infaltable glosario de su demencial universo alternativo.
Los entendidos en el ortegaverso podrán notar varios lugares comunes de su literatura: el protagonista, un hombre cuarentón o mayor (generalmente con poco cabello), que hacia el final de la trama publica un libro con sus aventuras y se convierte en un escritor de renombre, y tiene como amante una atractiva mujer mucho más joven que él. Aficionado a los ejercicios de desdoblamiento, Ortega ya ha metido a su alter ego en Logia y Salisbury (sin mencionar las autobiográficas 60 kilómetros y Dioses chilenos). Al principio esto se perfila como un juego de intertextualidad novedoso, pero ya a estas alturas parece más bien un mecanismo de Ortega para proyectar sus frustraciones sexuales.
En la última página, se anuncia que el próximo tomo de la Trilogía de la Metahulla (un spin-off, no la tercera parte y final) será Arturo Prat y Las montañas de la Locura. Del Toro ya echó pie atrás con la esperada adaptación de la icónica novela de Lovecraft, pero en su lugar la dupla Ortega-Daniel nos presentará un proyecto que, podemos estar seguros, será un justo homenaje al escritor norteamericano.
Uno vez que se publique, podemos sumarlo a la saga de Cochrane vs Cthulhu, de Gilberto Villarroel, o a la obra de Sergio Meier (el “lovecraft de Quillota”), para reforzar la tesis que el mismo Ortega planteó en un viejo y clásico artículo: Chile es un país lovecraftiano. Limítrofe con varios escenarios de los cuentos de Los mitos de Cthulhu, y con paisajes mimetizables con los de la amada Nueva Inglaterra del Caballero de Providence. El discurso de “Chile = espectacular geografía” ha sido reinterpretado por varios autores locales para homenajear y ampliar el universo lovecraftiano. Sea cierto o no, lo concreto es que en Chile es quizás uno de los países donde H. P. Lovecraft tiene más seguidores.
Ya no estamos ante una estética steampunk, ni dieselpunk, sino una saga metahullapunk en palabras de sus autores. Todo lo que hay que saber es que “la metahulla debe fluir”, como rezan sagradamente los villanos del libro. Y sí, la metahulla fluye. La pregunta es a dónde.
Desde niño fue un ávido lector de libros de ciencia ficción y fantasía. Entre sus autores de referencia están Isaac Asimov, H.P. Lovecraft, Hugo Correa, Jorge Baradit, Francisco Ortega y Carlos Basso. Ha publicado cuentos y artículos de ciencia ficción y fantasía en los sitios Tau Zero, Sitio de Ciencia Ficción, Chilenia: Ucrónicas de la República y Chile del Terror, entre otros. Ha publicado un libro de cuentos titulado Chile Mutante (Biblioteca de Chilenia, 2019), donde cultiva varias de sus obsesiones, entre ellas la historia de Chile, las ucronías, el horror cósmico lovecraftiano y la ciencia ficción dura.