Breve guía de campo del relato fantástico en Chile, por Marcelo Novoa

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Las definiciones más ortodoxas de literatura fantástica o de lo fantástico (v.gr. Caillois, Vax y Todorov), incluidas las voces latinas centrales que releen dichas nociones (Barrenechea, Campra y de Rivarola), coinciden en señalar la prevalencia de un eje dual, pues nos informan que en estos relatos regularmente coexisten dos órdenes de acontecimientos, que separarían el mundo “real” del Otro. Por ello, el relato fantástico siempre busca potenciar su capacidad de impresión emocional ante el lector, ya sea por la oscilación (o vacilación, según la traducción al uso) entre las posibilidades humanas y sobrenaturales de explicación de los sucesos narrados; o bien, al contraponer las leyes del mundo familiar y/o conocido por nosotros, mientras enfrenta nuevas leyes desconocidas de sucesos en apariencia sobrenaturales, extraños o maravillosos.

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Intentamos infiltrar la noción de ruptura en la continuidad que la literatura fantástica sostiene con el canon realista chileno, contra el que se contrapone y dialoga críticamente, pues nunca ha logrado desmarcarse y ser considerado un género per se en nuestras letras. A sabiendas que esta invitación es altamente transgresora, pues interrumpe cierta holgazanería mental crítica, académica y periodística, al sostener, aquí y ahora, que nuestra literatura fantástica forma parte de las mejores obras escritas en Chile. Piensen, sólo por un momento, en autores ampliamente reconocidos: Pedro Prado, María Luisa Bombal, Juan Emar, Carlos Droguett, José Donoso y Roberto Bolaño; ahora bien, enumeren sus obras más trascendentes: Alsino (1920), La Última Niebla (1935), Umbral (1948), Patas de Perro (1965), El obsceno pájaro de la noche (1970), y 2666 (2005). Entonces, podrán concordar conmigo, que este tapiz de notables, se sostiene con un “revés de la trama” conformado por cientos de obras y autores del género fantástico, que no han tenido suficiente difusión, ni menos, reconocimiento entre pares y lectores.

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Al minuto actual, del casi centenar de antologías de cuentos chilenos existentes, aquí consignaremos solo cuatro ejemplos, disparejos y divergentes entre sí, pues contienen en su selección de obras, claramente “realistas”, algunos de los textos claves del género fantástico. Y esto desde la óptica comercial de editoras transnacionales, que nunca han buscado “educar a las masas” en lo que géneros se refiere, no debiera tratarse como un gesto menor. A saber: Antología del cuento chileno (1963, Instituto de Literatura Chilena), de César Bunster, Julio Durán, Pedro Lastra y Benjamín Rojas, que por seriedad e información resulta un dechado de virtudes en cuanto catastro, incluyendo a Baldomero Lillo, Alberto Edwards, Joaquín Díaz Garcés, Marta Brunet, Hernán del Solar y María Luisa Bombal. Luego, Antología del cuento chileno (1969, Editorial Acervo), de Enrique Lafourcade, en tres tomos, donde se vuelven a incluir los mismos nombres anteriores, más otros tantos insignes desconocidos o derechamente “raros”, como son Pedro Prado, Juan Emar, Braulio Arenas, Eduardo Anguita, Carlos Droguett, Héctor Barreto, Miguel Serrano, Fernando Alegría, Alfonso Alcalde, Guillermo Blanco, Luis Alberto Heiremans y Luis Domínguez. Ahora corresponde señalar la Antología del cuento chileno (1976, Ediciones Universitarias), de Alfonso Calderón, Pedro Lastra y Carlos Santander, aunque vuelve a repetir solo nombres consagrados, jibariza los autores propiamente fantásticos a estos tres “convidados de piedra” del resto de las antologías: Juan Emar, Hernán del Solar y María Luisa Bombal. Y en postrer sitial, por ser la más reciente muestra de falta de generosidad lectora: Grandes Cuentos Chilenos del siglo XX (2002, Editorial Sudamericana), de Camilo Marks, que caprichosamente reúne nombres ya clásicos con otros aún buscando vigencia en las letras realistas nacionales, pero agrega, al menos, un nombre señero de este género aún por mapear: Mauricio Wacquez.

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¿Qué otras antologías debieran guiar nuestros pasos interesados en conocer de verdad el meollo del género y no sólo la “mesa del pellejo”del cuoteo editorial? Sólo tres, a mi excluyente y riguroso entender, dadas sus propuestas editoriales y alcances de los autores convocados. Primero, sin lugar a dudas, Antología del verdadero cuento en Chile (1938, Imprenta Gutenberg), seleccionada por Miguel Serrano, donde surgen nombres tan perdurables para el género como Juan Emar, Carlos Droguett y Héctor Barreto, incluyendo además, a Braulio Arenas, Teófilo Cid, y el mismo antologador, en su vertiente mágico-onírica. En segundo lugar, Antología de cuentos chilenos de Ciencia Ficción y Fantasía (1988, Andrés Bello) a cargo de Andrés Rojas-Murphy, aún con la notoria ausencia de Hugo Correa, se valida al rescatar tres autoras pioneras, como son Elena Aldunate, Ilda Cádiz y Myriam Phillips, junto con a textos hoy clásicos de Augusto D´Halmar, Antonio Montero Abt, Braulio Arenas, Enrique Araya, Luis Alberto Heiremans y Miguel Arteche. Y en tercer lugar, dado que es el más reciente intento por clavar la bandera de los sueños en terrenos realistas: Cuentos chilenos de terror, misterio y fantasía (2015, Cuarto Propio), de Carolina Heiremans, Verónica Barros y Jesús Diamantino que, al fin, consagra autores hoy clásicos, como Joaquín Díaz Garcés, Vicente Huidobro, Juan Emar, Baldomero Lillo, Manuel Rojas, Luis Alberto Heiremans y Elena Aldunate; pero por desgracia, no consigna los nombres insoslayables -a estas alturas- de Alberto Edwards, Ernesto Silva Román, Jacobo Danke, Juan Marín, Luis Enrique Délano, Enrique Araya, Hugo Correa, Antonio Montero, Armando Menedín, Sergio Escobar, Héctor Pinochet y Claudio Jaque; gesto que sí hubiese sido toda una revelación para los lectores enterados. Aclaremos, lo rescatable de esta digna propuesta editorial del Departamento de Expresión de la Universidad Adolfo Ibáñez fue reunir fraterna y lealmente, como si de una cofradía secreta se tratase, pero ahora a plena luz, gran parte de la larga tradición (in)cierta de esta literatura de la imaginación y el riesgo, con tantos y tan valiosos cultores desde el siglo XIX y hasta el XX. (Así pues, no sobra ninguno, cierto, pero que faltaron…)

Al concluir, diré que solo anhelo ser útil para aquellos que resuelvan internarse por esta selva umbría, mal explorada y aún menos mapeada, con solo esta amorosa guía de campo, para no morir en el árido frente de batalla académico, ni en las atestadas trincheras periodísticas; pues en los campos textuales patrios aún se sigue librando feroz trifulca entre tribus realistas y fantásticas; como aún resulta digno de verse en la recepción y lectura de la literatura chilena fantástica, de ciencia ficción, misterio o terror, tal como se dio en el Primer Encuentro Internacional de Literatura Fantástica y Ciencia Ficción, del 2017, a cargo de las Universidades de Chile y Católica de Chile, en conjunto con Letras de Chile. Donde volvieron a reiterarse como cantinela afónica ciertos “cánones hechizos” (que, verbigracia, esta vez sí incluyeron a Bombal y Aldunate, pero dejaron fuera a todas las demás autoras, anteriores y futuras…); y donde fuimos testigos presenciales de numerosos levantamientos de datos por parte de desinformados estudiantes entusiastas, que mezclaban épocas, géneros, estilos y autores, en un revoltijo digno de mejores causas, excluyendo eso sí todo aquello (a un simple clic de distancia) aún ignorado/descartado por sus especialistas (sic) tutores… Así, esperemos confiados que este 2019 (60mo. aniversario de Los Altísimos) otro cielo nos cubra y nos aguante.

Dunas de Concón, mayo de 2019
MARCELO NOVOA (Viña del Mar, Chile, 1964) es poeta, editor y crítico. Doctorando en Literatura. Fundó la Editorial Trombo Azul, de Valparaíso, gestión independiente de culto de los años 1980s. También, cumplió funciones de editor de Universidad de Valparaíso Editorial durante 10 años. Ha publicado poesía, crónica y antologías, entre sus principales títulos destacan: LP (1987, reeditado el 2017 en su versión íntegra), Arte Cortante (poemas reunidos en 1993, 2003 y este 2019), y Años Luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile (2006).

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