Arqueología imaginaria de un encuentro, por Luis Saavedra

Tengo que abusar de un tropo de la ciencia ficción y establecer un perímetro seguro para este encuentro. O reencuentro. Los detalles sencillamente se me escapan porque han pasado 16 años desde la primera vez que tuvimos contacto. Sé que ocurrió en Santiago Centro, en una de las galerías que entonces albergaban autoservicio de comida, de esos al que los oficinistas como yo íbamos religiosamente a almorzar. Hacía tiempo que queríamos conocernos.

El local está desierto, no hay cocineros en la sala de atrás, no hay clientes en las banquetas. Las mesas están pulcramente alineadas, los platos blancos no llevan comida. Solo estamos tú y yo, Omar. Esta es una simulación holográfica de ese momento de 2003.

—Hola, Omar.

—Hola, Luis, qué agradable verte, hace tiempo que quería este momento.

Omar Ernesto Vega es un hombre bajo con el pelo ya raleando y canoso. Es muy amable y sonríe con una sonrisa ancha al mismo tiempo que entrecierra los ojos. Está algo nervioso o quizás es la excitación de ver a alguien que le gusta el género a su mismo nivel. Veo que lleva el libro de Camille Flammarion, Las Casas Encantadas, pero un error en la simulación le cambia el título a La Pluralidad de los Mundos Habitados.

—No recuerdo para qué traías ese libro ese día.

—Siempre me interesó leer a todos los clásicos, no importara de qué género o temática. Además aquí encontré una de las claves de mi teoría sobre la ciencia ficción. El poder de la prospección científica puede explicar el universo, incluso predecirlo. Imagínate, ¡el futuro imaginado será el mañana real!

Recuerdo que te dije que la ciencia ficción no era eso, que no podía predecir nada. Pero en la simulación es posible cambiar las cosas.

—Siempre fuiste un positivista y un hombre más cercano a las utopías que a las distopías de la ciencia ficción, que siempre consideraste una degradación de la fantaciencia.

Omar se entusiasma, se le ilumina el rostro.

—Sí, efectivamente, quizás es porque soy un ingeniero que mira a las máquinas como si fueran productos de magia. Nací en la época de gloria de la carrera espacial, con amenaza nuclear y la extinción a la vuelta de la esquina, sin olvidar la revolución de las flores y todo eso. En aquella época pasaban cosas trascendentales: se conquistaba la Luna, se desarrollaban nuevas armas, se pensaba que el mundo cambiaría cada vez más rápido. Y si hubieran seguido las cosas al ritmo de entonces, ya habríamos llegado a Marte, existirían ruedas gigantes como estaciones espaciales y las computadoras pensarían. Si bien el mundo actual pareciera ser más seguro en términos generales, también lo siento mucho más aburrido, más resignado, más chato y fracasado que entonces, cuando compartíamos los sueños de Asimov. Por eso la ciencia-ficción me atrae, pues nos saca de la vida práctica cotidiana y nos permite liberar la imaginación, visualizando los futuros posibles que con certeza se materializarán.

—Parecías muy entusiasmado con esa idea de que la ciencia ficción podía ser más que un género literario, le otorgabas casi una cualidad mágica en eso de visualizar los futuros posibles.

—Mágica es una palabra que nunca uso, pero me gustaría decir que me parece que el género tiene algo de eso para mí. En reacción a la desesperanza, el hombre ha encontrado refugio en un tipo de fantasía que tiene cierto grado de legitimidad científica, y que a pesar de ello le permite soñar con mundos distintos, pensar que la vida tiene sentido a pesar de todo y que el futuro podría ser mejor que el presente. La ciencia ficción no es en absoluto escapismo -y quien lo cree así yerra-, sino una forma de trance que permite ver al hombre elevarse a una altura mística, y desde ahí explorar el futuro, la vida del universo y responder las interrogantes eternas. Por eso para mí, la ciencia ficción es fantasía y sueño que reverbera con el espíritu humano. Sin dudas, es una forma de fe.

—Escribí sobre ti, muchos años después de este momento. Escribí: “Vega vive en el futuro y le asombra que la mayoría de la gente no esté allí”. Eso también… —Pero me detengo, Omar ya no sonríe.

Omar se levanta y mira a su alrededor. Intuye la falsedad ontológica.

—Luis, ¿por qué me estás hablando en pasado?

Permanezco en silencio. Él se vuelve a sentar con la cabeza baja, me mira torvamente.

—¿En dónde estamos?

—No sabría cómo explicártelo, Omar. En serio.

—No me salgas con esas huevadas, puedo enfrentarlo. No soy ningún cobarde.

—No es que no quiera…

—Ya no es necesario, la IA me lo contó todo.

—Qué ironía, tú ya no creías en las inteligencias artificiales después de regresar de Canadá.

—Ahora creo, Luis, pero supongo que es tarde.

Veo el rostro de Omar pasar por distintas emociones. La rabia, el miedo, la desesperación, y otra vez la ira. Finalmente, algo cercano a la aceptación. Sus manos permanecen encima de la mesa, blancas.

De pronto, levanta la cabeza: —¿Sabías que tenía muchos proyectos? No es justo que ahora queden todos inconclusos. ¿Quién se va a hacer cargo de mi huerto? ¿Sabías que era profesor universitario? ¿Qué sabías de mí, Luis?

—Omar, me doy cuenta ahora que conocía muy poco de ti.

Tenemos un incómodo silencio. Al final de ese día de 2003 nos despedimos, nos juramos colaborar en publicaciones, en meter la cabeza en la historia oscura de la ciencia ficción chilena. Nada de eso ocurrió.

—Doctor Chandra, ¿soñaré? —Omar sonríe.

—No me hagas eso —respondo—. Ya no solo vas a soñar, ahora vas a conocer las preguntas del universo completo. Adiós, Omar.

Omar se limita a mover afirmativamente la cabeza y la simulación se detiene. Me quedo con esa imagen. Él sonríe con los ojos entrecerrados. Adiós, adiós.

Luis Saavedra, 2019.

Luis Saavedra V. nació en 1971 en Puente Alto, Santiago de Chile, y es Analista de Sistemas. Siempre se interesó en lo fantástico por su estética de colores chillones y luminosos y sus monstruos enfurecidos y de ojos saltones; consideraba que era algo único de verse. En 1988, ingresó al mundillo de la ciencia-ficción en su país y se incorporó como un activo miembro de la Sociedad Chilena de Ciencia-Ficción y Fantasía, de la que fue secretario al poco andar. Luego participaría en la edición de los Boletines de la Sociedad, formaría parte del grupo Ficcionautas, que realizaron cinco convenciones de fines del siglo pasado, y editaría los fanzines Wonderlands, Nadir y Fobos. Hoy participa del colectivo de literatura fantástica Poliedro.

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