I was a teenager comic reader

Publicado originalmente en Calabozo del Androide #33 Noviembre, 2006

En los cómics de superhéroes se da la instancia de convertir a un ser mortal y sencillo en alguien excepcional y que sobrevive a sí mismo en la memoria gestalt. Un superhéroe se transforma en un significante que recibe la atención de los que pululan casi por debajo del umbral de la mortalidad. Los superhéroes se han convertido en una mitología posmoderna habitada por los valores de esta humanidad en fase de convulsión. Como en todo panteón, se pueden encontrar reflejados los vicios y virtudes de los hombres, enmascarados y puros como festival de solsticio de verano. Recuerdo que yo no veía nada de eso. Los despreciaba.

Pero hubo un tiempo que no fue así, hace mucho. Antes de mi edad glacial. Cuando en Chile todavía no aparecían las revistas Matucana, Bandido, Asteroide. Antes de ellos tengo recuerdos de las revistas Novaro, mexicanas, que editaban Batman y Superman. Algunas chilenas en las que aparecía Iron Man y HuIk. Y también de refilón, la imagen de un KaIimán en blanco y negro. Misterio y Zarpa de Acero, creo que se llamaban un par de títulos que encontré en una bodega y leí regocijado en unas vacaciones. Eran historias de mediados de los 1970’s y principios de la década siguiente, que despedían un olor a incienso psicodélico y leche mística. Tengo lejanamente en la memoria una escena en donde estoy con 13 años en cama y mi padre entrando una mañana. No sé por qué lo recuerdo con corbata cuando nunca la usaba, la chaqueta en una mano y un fajo de revistas en la otra. Venía de un largo viaje y preguntó por mí. Dijo que había pasado al quiosco que estaba a la bajada del microbús y se le había ocurrido comprarme un par de revistas. Eran un número de Kalimán y el otro de Batman, en donde el primero enfrentaba a un espantoso monstruo de dientes afilados que provocó una noche de pesadilla y que terminó por derrotar invocando mantras maravillosos y hippientos, junto a su sidekick. Batman en tanto luchaba en una historia con el Acertijo. No el payaso de la serie de televisión ni el de la película de Schumacher, sino uno inteligentemente ominoso y psicodélico que casi enloquece a Batman al meterlo a una habitación pintada con círculos concéntricos. Sus secuaces, camuflados con los mismos círculos, le dan una paliza monumental. No existía ninguna lógica, sino solo la más básica aventura que se acaba a los pocos minutos de haber abierto las páginas.

Como estos, ejemplos en mi vida temprana son pocos, pero dejaron en mí una inquietud. Tipos que volaban, hombres con disfraces. Qué extraña curiosidad despertaban. ¿Qué había en ellos que Ios hacía diferentes? Tanto colorido no podía ser falso, ¿o sí? Y luego llegó la película de Superman, la representación más fiel de ese semidios-profeta-niño que haya existido. Con un Reeves en estado de gracia que le permitía ser dos personas distintas sólo por el hecho de portar anteojos. Es Ia cristalización perfecta del héroe griego mitológico que puede congelar el Hades y derrotar a Marte.

Pero, ineluctablemente, el paso hacia la adolescencia mató todos los bichos que pululaban en mi cabeza. Una rotunda racionalización cortó mi cordón de plata y ya no pude levitar con mi cuerpo astral entre las viñetas. Tendré que esperar cerca de ocho años hasta interesarme de nuevo, pero mientras tanto hubo pequeños flirteos que desembocaron en nada. Trozos de cómic europeo y latinoamericano, cómic evidentemente con una sensibilidad diferente, abigarrados de imaginación y color de otra latitud. Pero que no producían esa antigua pasión y que dejaba deslizar fuera de mí. Hasta que vi aparecer las portadas de la argentina editorial Perfil. Y por fin pude retomar ese viejo afán, después de tanto hiato. Un regocijarse increíble como las historias de amantes reencontrándose años después. Tímido y desconfiado al principio al punto que recuerdo estar explicándole a un dibujante en una cocina lo que significaba el nuevo feeIing de los cómics de superhéroes. Él, acérrimo enemigo del imperialismo, escuchaba con educación los agotadores intentos de justificar con un inventado pedigrí intelectual mi lectura. El hecho de que ahora eran para gente adulta. El hecho de que podías leer entrelíneas críticas al sistema. El hecho de que los personajes podían comportarse empáticamente humanos. Todas medias verdades contadas a los oídos propios para aceptar un único hecho verdadero. Que prefería entretenerme con la extravagante imaginería superheroica.

Y estoy seguro que no fui el único que lo hizo de esta manera.

¿Por qué nuevamente volvieron a mi vida? ¿Por qué esa sensación de que nunca salieron de mi vida, sino que estuvieron todo el tiempo escondidos como en una fiesta de cumpleaños? Me asaltaron y tuve que volver a soportarlos arremetiendo de frente contra la realidad. Para entonces, principios de los noventa, tuve que ponerme al día de las crisis y los señores de la noche y los hombres equis que habían pasado río abajo en la historia. Había algo llamado dark-and-gritty que dieron origen a WoIverine y un tipo llamado Alan Moore que paraba de cabeza a todos con La Cosa del Pantano. Y efectivamente toda la madurez de una expresión con cien años de historia se hacía sentir en cómo se contaban las tramas, qué temáticas se elegían y quienes las leían. Pero lo básico seguía incrustado en el globo de diálogo, la regla de oro de todo arte narrativo que dice que la única responsabilidad es contar una historia de la mejor manera posible.

Como animales imaginativos, necesitamos e inventamos símbolos que representen los valores de nuestras sociedades, y lo hacemos en muchas esferas. Es tan básica la pulsión en la historieta que utilizamos miedos e ideales y le damos antifaces y capas para que sean obvios. Panteón humano, los superhéroes son parte de una identidad anglosajona-helénica propia y exclusiva de occidente y su modelo industrial tecnológico, sin dejar de ser perecible. Es democrático porque todos podemos optar, de sencillos seres, a ser extraordinarios, y al mismo tiempo conservar nuestros defectos, permitiendo que se nos den múltiples oportunidades. Es humano porque siendo todopoderosos se les brinda la posibilidad de morir e ir a la última morada en paz, y en el intertanto desplegar las pasiones más primitivas y por ello más poderosas. Es occidentalmente moderno porque la mayoría es hijo de la ciencia y la técnica, o al menos de la lógica basada en el método científico. En fin, de querer podría agregar muchas otras características para definirlos como una de las mitologías posmodernas que están a mano. Pero de nuevo, me estoy contando mentiras al oído.

Desenmascararme es importante. Escribiendo este comentario he llegado a la conclusión que no hay ninguna respuesta racional a la lectura de cómics. Voy un poco más allá y exijo un poco más, pero la primitiva maravilla está todavía allí, esa antigua seducción de los colores e historias fantacientíficas, que no se detenían en absurdas explicaciones porque más lo eran las aventuras. Y ya saben, la aventura nos pesca por el cuello y no deja que pase la suficiente sangre hacia el cerebro para analizarla.

Por supuesto que puedo racionalizar alguna teoría sacada de un baúl, como lo hace la mayoría de los pedantes para sentirse autojustificados, pero ya no. No necesito de ninguna excusa para leerlos y me siento liberado del entorno. Por supuesto, seguiré inventando relaciones intelectuales alrededor de las viñetas porque es divertido y pedante y me da algo en qué pensar. Pero a la hora de enfrentar la lectura, volveré a tener los mismos 13 años, con la ventaja de poder obtener un contexto más amplio y enriquecido que viene con la adultez. Jugar y maravillarse siendo adulto es lo mejor de ambos mundos.

Equipo Cronn

Publicado por ALCIFF

Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena. Fundada el año 2017.

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