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Lost Astronaut, por Bernard Bailly |
Oscar Wilde escribe:
La vida, la mísera vida, verosímil y sin interés, reproduce las maravillas del arte.
Los piratas se llaman Achille y Giovanni Battista Judica-Cordiglia, fueron jóvenes en una época en que el mundo parecía joven. A finales de los 1950’s tenían una estación de radio escucha artesanal en las afueras de Turín, en lo que fue antes un bunker alemán de la Segunda Guerra, que bautizan como Torre Bert. Eran parte de un movimiento de radioescuchas aficionados que seguía la encarnizada carrera espacial, especialmente de la Unión Soviética, acostumbrada al ostracismo. Una afición hecha de estática y largos momentos de paciencia y la capacidad de la mente humana para encontrar patrones. El 28 de noviembre de 1960, el observatorio espacial de Bochum, en Alemania, interceptó señales de radio de un objeto que parecía ser un satélite. Después de una hora de rastreo, los hermanos captaron una débil señal de SOS en código Morse desde un objeto que se alejaba de la Tierra. Nueve semanas antes que Gagarin se coronara como el primer ser humano en el espacio, el 2 de febrero de 1961, un corazón y una entrecortada respiración cruzaron los cielos de Italia y fueron a caer sobre su red de rastreo. Hay reproducciones en el sitio web en donde se escucha un latido irregular como un martilleo que se debilita y extingue, mientras que el aliento es de alguien que se ahoga. Pero las secuencias son tan cortas y vagas, llenas de estática, que una de las palabras que vino a mí fue pareidolia, una de las trampas de nuestra mente asociativa. Pero aún así, es desolador pensar en el último registro de un ser humano, apagándose tan lejos, que, repetido en ciclo perpetuo, se transforma en un mantra existencial. Ambas grabaciones tienen el mismo poder que las psicofonías: nos erizan y excitan. Para mayo de ese mismo año, la carrera espacial estaba declarada con el vuelo suborbital del norteamericano Alan Shepard y la Unión Soviética quería dar un nuevo golpe lanzando la primera mujer. El 23 de mayo de 1961, los hermanos vuelven a capturar otro fantasma y graban la voz de quien se presume fue Ludmila Tokov, en reentrada en una cápsula en llamas. Su voz es una secuencia distorsionada en un ruso inentendible; sin perder el control, se puede adivinar un velo de angustia mientras dice “¡puedo ver una llamarada!” y “siento calor, siento calor”. El juego de la vida hace que los hermanos ganaran inmediatamente una gran cobertura mediática: dos chicos que con solo material doméstico podían rastrear lo mismo que las agencias espaciales hacían con millones en inversión. Llegan incluso a interceptar en 1962 imágenes de la nave rusa Luna-4 en nuestro satélite natural y diversas misiones norteamericanas. En 1964, y ya convertidos en celebridades, ganan “La Feria de los Sueños”, un programa de concursos que les regala un viaje a NASA. En 1965 crean la red Zeus con la intención de ampliar sus obsesiones con lo que ocultaban los seres humanos en los cielos de Italia, pero ahora con 17 estaciones alrededor del mundo y tan sofisticada que pudieron predecir con 12 horas de anticipación que la nave rusa Lunik IV no alunizaría y seguiría de largo. Otro éxito que atrajo el disgusto y el asombro de la comunidad científica, y de otras partes mucho menos parciales. Y luego sigue un patrón muy clásico en las conspiraciones porque, supuestamente, la Inteligencia italiana confiscó sus imágenes, dejándolos sin uno de sus testimonios basales, y para 1966 la red sería desmantelada sin ninguna explicación. ¿Qué había pasado? Nadie lo sabe con mucha certeza porque los hermanos entonces dieron un cambio brusco a sus vidas y uno se dedicó a la medicina y es hoy cardiólogo, mientras que el otro brinda sus servicios de escucha en procedimientos criminales para la policía italiana. Como si la Torre Bert jamás hubiera existido. En 2007, se les dedicó un documental que se llamó “I Pirati Dello Spazio”, que comienza con la vida despreocupada de los adolescentes de la época, con imágenes de playas y chicas de ojos de miel y la voz de una mujer que dice “a mí me gustaba mucho ese tipo de vida”. Muy italiano y que, inevitablemente, se te viene a la cabeza el neorrealismo. En un episodio de sus vidas, contadas por ellos mismo, relatan cómo, en medio de la exposición mediática que recibían, llegó hasta su casa un periodista ruso muy interesado en todo lo que hacen. En los días siguientes, vuelven a golpear la puerta de la casa y esta vez era un señor muy alto que muestra una foto en donde aparecía el periodista y les dice “Este hombre vino hasta acá. Bueno, él no es un periodista”. El hombre alto era un oficial del servicio de contraespionaje italiano. El reportaje no llega hasta el cierre de Torre Bert y deja abierta la pregunta.
En esto de la carrera espacial, casi todo es mito porque así se construyó y, para Occidente, todos los vuelos fallidos con resultado de muerte -y no reportados por las autoridades soviéticas- fueron evidencia de los cosmonautas fantasmas, mujeres y hombres que fueron héroes anónimos de la gesta espacial. Una nueva mitología para el siglo XX, que sea cantada en los siglos próximos. Está la historia de la Soyuz XI, que volvió a la Tierra el 30 de junio de 1971, y cuando los técnicos de apoyo acudieron a abrir la escotilla se encontraron a toda la tripulación muerta, pero todos tenían una extraña sonrisa en la cara. No hay indicios de qué sucedió a partir del momento de la última transmisión, completamente normal. Está la historia de Mirya Gromova, que sería supuestamente la primera mujer en viajar el espacio en una especie de avión equipado con un motor de cohete que realizó un solo vuelo suborbital sin regreso, y de la que solo se sabe algo por las vagas referencias de diciembre de 1959, aparecidas en diarios italianos. Y junto a ella, la mujer nunca identificada en la grabación de Torre Bert. Todos ellos, quizás cuántos más y no olvidemos a los cientos de animales que perecieron en vuelos y que están representados en la imaginación de los estudiantes primarios alrededor del mundo en la forma de la perra Laika, viajaron a las estrellas antes de que Gagarin fuera presentado como el primero hombre en el espacio. Exitosa y oficialmente. Y hay otra historia qué contar -dejemos de lado el aterrizaje del Apolo 11 y Stanley Kubrick. Yuri Gagarin se volvió un borracho empedernido y un fantoche que se sentía limitado por la burocracia soviética. Pero era intocable, un símbolo máximo del éxito de la revolución de 1917. Sin embargo, sabía cuán precarias eran las condiciones de seguridad con las que se trabajaba en el programa espacial ruso. Se acercaba el cincuentenario de la revolución rusa y se la quería celebrar con el vuelo del Soyuz 1, que su amigo Vladimir Komarov pilotearía. Un suicidio a todas luces, pero el sacrificio de un hombre era insignificante para el Estado. Luego de que su amigo muriera en 1967, en la fallida reentrada de su cápsula, Gagarin sostuvo un amargo desencuentro con el secretario Brezhnev, que terminó con el cosmonauta arrojándole el contenido de su vaso a la cara del político. No se sabe de la reacción del gobernante, pero que no llegó a la cima de la segunda potencia mundial dejándose humillar. El 27 de marzo de 1968, el caza MIG-15 que pilotaba Gagarin se estrelló en Novosyolovo, dejando un cráter de seis metros de profundidad. Las hipótesis varían desde la semtiperna borrachera del piloto hasta una falla técnica.
Hay quien tiene razones para dudar. Sobre las grabaciones de los hermanos Judica-Cordiglia se dijo que eran una cuidadosa puesta en escena, concebida para llamar la atención sobre la necesidad de impulsar un programa espacial en Italia. Mientras que otras historias fueron descartadas como la de Ivan Istochnikov y su perro Kloka, en la Soyuz 2, cuya nave fue destruida por un meteorito el 26 de octubre de 1968, y que posteriormente se descubrió que era un engaño perpetrado en 1993 por el español Joan Fontcuberta, a manera de obra artística. Pero de todo esto, es el mito que sale ganando, esa especie de sentido de la maravilla aplicado a eventos interpretables y que nunca serán plenamente conocidos. Y hay tantos dispuestos a creer que la explicación más increíble es la más real. Los cosmonautas perdidos o fantasmas engloban toda lo que la tragedia necesita ser: una muerte triste y desesperada en la soledad ignorante de la noche, por un objetivo que te supera pero la sobrellevas, y con solamente un par de oídos que te escuchan sufrir. Si a Oscar Wilde le propusieran morir como un corazón moribundo cruzando el cielo sobre Italia habría sonreído satisfecho. No en vano volvería a escribir: “La vida imita al arte”, pero ¿es cierto? ¿No será que la inesperada complejidad de la vida, cuyo espectro visible es tan aburrido, es en esencia el arte? La imaginación es capturada por relatos como éste: inconexos, volubles, difíciles de corroborar o descartar, pero que al final queremos creer como en una novela.
Un comentario en “Vida Fanzinerosa: Estrellas moribundas y piratas del espacio.”