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By ingo zwank (iz) – Self-photographed, CC BY-SA 3.0 |
La plaza era verde y habían dos cuervos sobre el césped. Aún no comprendo bien por qué prefieren trasladarse sobre las patas, a saltitos. Los cuervos de Inglaterra se deleitan caminando y croando al mismo tiempo, ojalá en compañía. El día era típico del verano inglés; no muy frío, no muy cálido. Ignoré los cuervos, pero me siguieron a pie y aún con más escándalo. La plaza está rodeada de casas pareadas de ladrillo rojo con ventanales de un blanco impoluto y las ardillas se mantienen en las ramas de los árboles, a resguardo de los cuervos territoriales. Es un lugar pacífico en mitad de la ciudad para venir a sentarse y almorzar, o mirar simplemente las nubes moverse. No había presencia humana a esa hora del día y llegué a la puerta negra que se destacaba contra el blanco de las murallas. Tengo la foto de grupo de los participantes tomada el 3 de enero y trato de cuadrarla con el entorno. En la fotografía de 1937 se ven Arthur C. Clarke, Ted Carnell y Eric Frank Russell, entre otros, y el ángulo da hacia un complejo de almacenes que ya no existe; en su lugar hay un edificio bancario y tiendas comerciales. Allí reside La Sociedad Teosófica de Leeds ahora y entonces. Es curioso observar cómo la ciencia ficción y el esoterismo nunca estuvieron muy lejos en esos años, aunque se reniegue de ello. No hay mucho más, la puerta está cerrada y la placa de la Sociedad no me dice nada. Los cuervos pierden el interés en mí y siguen dándole vueltas a la plaza y haciendo ruido. Me siento muy tonto, no sé si sacarme una selfie o una foto a la puerta o a los cuervos o al edificio o el lugar vacío donde en 1937 se reunieron. Leeds tuvo una pujante actividad de cf hasta los 1980’s, y luego desapareció todo rastro. Aunque las universidades tienen clubes y actividades extraprogramáticas, ninguna de ellas está relacionada con la cf literaria. También está la poderosa cadena Waterstones, que agenda eventos con escritores anglosajones y, de vez en cuando, uno de ciencia ficción visita la ciudad. Es como si en un momento acordado, la ciudad hubiera decretado seguir adelante y dejar el futuro platinado detrás. Para celebrarlo tienen una colección especial en la biblioteca de la Universidad de Leeds, donada por Harold Gottliffe. Gottliffe asistió a esta primera convención y tomó esa histórica foto. Tuvo una vida fanzinerosa muy activa hasta que decidió, después de la Segunda Guerra Mundial, dejarlo todo e irse a Londres. Durante la Guerra, estando estacionado en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, escribió: “Solo decirles que todavía estoy aquí… pero no puedo encontrar nada de cf. Aún así, espero sobrevivir sin ella un poco más. No tengo más opción”. Seguramente lo mismo que pensé en ese momento en aquella plaza.
Otra vez volvían los cuervos, siempre a pie.
¿Llegué muy tarde? Aunque Dr Who en Reino Unido es un fenómeno mediático sin parangón que impuso tropos de la ciencia ficción a nivel popular. Dr Who es inevitable y casi obligatorio. Mis únicos recuerdos sobre esto se ubican en los 1970’s cuando veía en Canal 13 al clásico pelucón con bufanda. No recuerdo las tramas, pero me tuvo pegado cada mañana al televisor. Fue dosis suficiente para el resto de mi vida y ahora no me atrae. Seriamente me esperaba otra cosa de acá. La ciencia ficción se me escabullía en Leeds, una hermosa ciudad, verde y universitaria, llena de vida cultural en mitad del norte industrial de Inglaterra. En Leeds, también viven Justina Robson, escritora de la space opera poshumanista Natural History, y Adrian Tchaikovsky, que escribió Children of Time, y otros muchos escritores de literatura especulativa. Intenté infructuosamente de escribirle a Tchaikovsky, preguntarle qué le había pasado a la ciencia ficción de Leeds, pero un conocido me dijo que no iba a responder. ¿Por qué?, le pregunté. Está muerto. Tardé un par de segundos en entender el chiste. No, no ese Tchaikovsky, le contesté y se rió. Típico humor inglés.
Me di otro par de vueltas por la plaza mirando el interior de las casas. La mayoría está reconvertida en oficinas de abogados, pero nadie pareció notar que los observaba, solo los cuervos. Tal vez estaba metido en una derivación del Problema de los Tres Cuerpos y, aunque Leeds estaba lleno de cf literaria, jamás la encontraría porque no querían que la encontrara. Me observaban desde un arbusto o detrás de troncos de árboles, más humor inglés. ¿Qué daño podía hacer lamiendo un poquito de las mieles de la ciencia ficción británica? Ni idea. Sin embargo, sobreviví a base de zambullirme en pilas de libros de segunda mano en Nottingham y finalmente tuve mi revancha en la convención nacional en Harrogate. Pero eso estaba a meses de distancia y me sentí desvalido dando vueltas a la plaza. Los cuervos vinieron hasta mí y me miraron con esa mirada perpendicular de los pájaros. Me croaron, uno más desesperado que el otro, como si estuviera a punto de pisar una mina. Arriba, las nubes ocultaron el sol y de inmediato sentí el viento frío. Decidí tomarle una foto a la puerta negra e irme atravesando la plaza. No sería la última vez que volvería a 14 Queen Square, después encontraría un mejor ángulo. Abrí la verja y seguí el caminito hacia el otro extremo. Los cuervos quedaron escandalizados, levantaron el vuelo y se colgaron de los árboles. Me los imaginé levantando bracitos con manos empuñadas y blandiéndolos hacia mí. No dejaron de gritarme amenazas y profecías hasta que desaparecí en la esquina.
Buen texto. La novela que nombras de la Robson está publicado en español.
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