La verdad es que es muy difícil quedarse al margen de los momentos que se viven en Chile. La ciencia ficción es una literatura imaginativa, pero no escapista. La ciencia ficción fue una literatura que reflejó los momentos históricos en su dimensión más amplia, desde el tecnológico hasta el social. La ciencia ficción fue una literatura sobre el futuro alguna vez, luego sobre el espacio interior, sobre la aventura poshumanista ahora. Pero siempre ha anclado sus raíces en el presente. Esta columna es una opinión personal. Siempre lo ha sido; mi particular gusto, mi particular forma de ver las cosas. Libero a ALCiFF de toda responsabilidad, solamente me arrogaré el privilegio de usar su espacio. Asumo la eventual responsabilidad, si la hubiere.
Es que no puedo escribir solo sobre ciencia ficción en esta ocasión.
Desde el viernes 18 de octubre de 2019 que en Chile vivimos un estallido social como no lo habíamos visto desde la Dictadura Cívico-Militar. Chile, un país que había sido catalogado como un oasis en Latinoamérica, repentinamente estalla y deja al descubierto un volcán de intolerancia y desigualdades. Acumulándose, igual que eras geológicas, lentamente goteando hacia sustratos ocultos por cemento y cristal. ¿Cuál podría ser el equivalente de este momento? Se me vinieron varias referencias, pero ninguna tan fuerte como el mismo Cyberpunk. Alta tecnología, baja calidad de vida. Alguna vez considerada ciencia ficción dura y distopía, no es ninguna de ellas. Es un género autocontenido, su definición no abarca más que sí misma. El control de la información, el control de la tecnología para el mismo control de masas, la precariedad de la existencia humana, las megacorporaciones que absorben el poder político, la corrupción activa, la organización cívica en corspúsculos independientes del poder administrativo, la irrupción de la anarquía. Todos tópicos que leemos en las novelas de William Gibson o Geoff Ryman, pero que no salieron de la nada, no se les ocurrió a ellos solo porque fueran salvajemente imaginativos.
En un hermoso artículo que se llama “The Persistence of Hope in dystopian Science Fiction” (La persistencia de la esperanza en la ciencia ficción distópica, 2004), Raffaella Baccolini escribe: “es ampliamente aceptado hoy que, cuando recibimos o producimos cultura, lo hacemos desde una cierta posición y con ciertas influencias locales que usamos para teorizar sobre cómo leer el mundo”. Entonces, querámoslo o no, todo escritor interpreta y todo escritor de ciencia ficción también lo hace. Este es el primer pilar que usaremos. El segundo pilar es un momento del documental maravilloso “The Crystal Calls: Making the Dark Crystal, Age of Resistance” (2019), en donde uno de los actores teoriza sobre la función de la fantasía, en su sentido más amplio. Abre su argumento diciendo que una obra predispone a los espectadores a un estado mental de apertura y que esto baja sus defensas, permitiendo al guionista enviar un mensaje de una forma más cristalina. Esto es, convirtiéndola en metáfora y magnificándola. El cristal que gobierna y da vida a Thra no existe, es una idea que nace de la compleja interrelación de todos los seres vivos con su medioambiente.
Usando el primer pilar, en el Cyberpunk, el triunfo del conservadurismo político o religioso más extremo, apuntalado por el capitalismo salvaje y una globalización del control, ha dado pie a una reacción alérgica en las comunidades humanas que terminan en estallidos sociales o generando alternativas al status quo imperante. En obras como la tetralogía de Rudy Rucker, Ware (1982-2000), Carbón Alterado (2002), de Richard Morgan, o Ygdrasil (2005), de Jorge Baradit, hay una decisión consciente de interpretar los cambios de los últimos treinta años desde esta perspectiva. Y no solo ellos. A través de toda esta larga curva desde la década de los 1980s, hemos asistido a obras como Transmetropolitan (1997-2002), de Warren Ellis, y Battle Angel Alita (1990-1995), de Yukito Kishiro. ¿Estamos inmersos en esta dinámica en el mundo occidental? Recurro al segundo pilar: no, porque estas visiones son metáforas. Al contrario, estamos peor, porque la realidad es infinitamente más compleja e ilusoria. Tenemos los avances tecnológicos que nos hacen más sanos, más fuertes, más longevos, y que aparentemente nos harán ir a Marte. Sin embargo, nuestras sociedades se sienten insatisfechas y vulneradas, y es un sentimiento difícil de localizar y explorar porque viene de tantas direcciones que es abrumador. Podría hacer un facilismo y apuntar al capitalismo salvaje, a la globalización, y decir que su eliminación traerá el balance que necesitamos. Pero lamentablemente no lo creo. Creo en otra cosa. En la pérdida del sentido de la Belleza, que la Humanidad ha venido incubando como un sentimiento autodestructivo. Esto, que parece un esoterismo -y que no tengo el tiempo de explicar, pero que aparece mejor explicado en el documental “Before The Flood” (2016)- ha dado a luz a las grandes desigualdades y nuestra fundamental cuota en el Cambio Climático de hoy. A ver cómo un vecino amenaza a otro por la culpa de un miedo prefabricado que nos obnubila y no nos deja ver la verdadera razón de nuestro malestar.
A esta hora una marcha pasa por Santa Isabel, donde vivo. Pasan hacia Plaza Italia. Pasan con rabia y desafío. No sé si el Gobierno de Chile es inepto o maquiavélico porque no tienen ninguna propuesta, cuando todos los comentaristas y expertos en TV apuntan a las mismas soluciones. La ciudadanía las conoce, ha sufrido su ausencia todas estas décadas. En un momento de este fin de semana, se me apareció una escena de Patlabor: The Movie 2 (1993, Mamoru Oshii). La ocupación de Tokio y el eventual golpe de estado; las caras incrédulas de la gente frente a los anuncios en televisión y los tanques en las calles. Afortunadamente, no ha sucedido tal cosa.
Un amigo me contó la historia de La Caja de Pandora. De ella salían todas las maldiciones para aterrorizar a los hombres. La última era la Esperanza. Qué terrible, me dijo, tener esperanza en estos tiempos porque es una ilusión que ayuda a sostener el status quo. Raffaella Baccolini continúa: “Las distopías de carácter crítico muestran que una cultura de la memoria -una que se mueva desde el individuo hacia el colectivo- es parte de un proyecto social de la esperanza. Pero la presencia de la esperanza utópica no necesariamente significa un final feliz. Más bien, la conciencia y la responsabilidad son los requerimientos para los ciudadanos en las distopías de carácter crítico”. Hay una vinculación entre esperanza, conciencia social y responsabilidad cívica que no podemos eludir estos días. Con estos tres conceptos construiremos nuestra nueva definición de Esperanza, aunque yo agregaría resistencia. Espero que todas las personas que lean y escriban ciencia ficción o fantasía lo tengan claro. Finalmente, el relato que a mi amigo le narraron, se lo contaron mal. Pandora cierra la caja antes de que escape la Esperanza sellando el destino de la Humanidad. Incluso en medio del azote del más terrible de los males que escaparon, seguimos conservando la Esperanza.
La esperanza siempre está!
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