A finales de los 90 la televisión tenía una masividad tan grande como el crecimiento del uso del internet. Recuerdo horas y horas tratando de lograr una buena señal mientras soportaba el ruido de la conexión módem, así que solo me quedaba la buena televisión. MTV era mi espejo nocturno de satisfacción rockera, hasta que lentamente fue destruyéndose por culpa de los estúpidos realities.
En ese aspecto, la radio fue mi primer medio democrático en las elecciones personales. Tenías tu dial favorito, las horas favoritas de tus programas e incluso había emisoras de gusto exclusivo por sus programas y no por la música.
Fue en 1996 cuando descubrí el maravilloso mundo del MP3. Música ilimitada en espacio gracias a su pequeño tamaño y gran calidad, algo impensado para los WAV que te limitaban en tiempos donde 1 gigabyte era un lujo. Pero algo más despertó en mí al usar los MP3: el sentido libertario de escuchar música.
¿Cuánto tiempo se perdía grabando un éxito en casete con las voces de los narradores de fondo? De repente acumulabas música de tu gusto en listas de reproducción con efectos visuales en el computador (larga vida al Winamp) o crackeabas juegos (no recomendado para niños) sin música y ponías de fondo la tuya. Eran pequeños espacios de felicidad que podías darte incluso en computadores de baja gama.
¿Y a dónde voy con todo esto? Desde hace buenos años que nombro (sin pensarlo mucho) al hecho de la pérdida de gustos masivos como el efecto MP3. ¿Y a pito de qué? De lo innecesario en escucharlo todo y permitirse oír más temas de las bandas que, por lo general, componen sus mejores canciones en lo que alguna vez fueron los lados B, en referencia al casete. Así comenzaba la era de las elecciones personales, de la privacidad en el gusto, de escuchar «lo que se te cante» y alejarse de estereotipos, recomendaciones de medio pelo u obligaciones sociales.
Por eso, los temas «oreja», donde un productor seleccionaba el exitazo, fue perdiendo un poco de posicionamiento, en un mundo que en los 2000 sumaba el transporte de la música en mayor cantidad con los iPod y los reproductores de MP3.
¿Te gustaba una banda? Buscabas su discografía completa y listo. ¿Te gustaba un tema o el estilo de un tema? Te hacías con otros nuevos. Hoy, escuchar netamente lo deseado va dejando atrás la necesidad de bandas o artistas masivos, crea nichos de fidelización distintos a los que se formaban hasta los 90 y esto ha impactado en otros medios de expresión como el cine y la literatura.

Momento de la discordia. La masificación de contenidos artísticos también ha invadido el cine y en consecuencia las series de televisión. Estrellas natas de la pantalla grande comenzaron a participar en series de TV (espacio reservado para figuras de segundo nivel) y la capacidad de guardar los contenidos para apreciarlos en el momento requerido fue mutando los horarios para vislumbrar cada episodio o la necesidad de asistir a una sala de cine. Llegó la década del 2010 y la irrupción de los streaming, lo que modificó las estructuras de las series (temporadas completas disponibles en el estreno) y la imperiosa espera por el cine. Este último resistió bastante bien en gran medida por el cine de acción y de superhéroes, pero la pandemia mostró su peor cara y la comodidad —símbolo moderno de felicidad para el consumismo— hizo de las suyas, obligando a las nuevas producciones a reencantar con muchas luces, sonidos estridentes y variedad de opciones.
La competencia actual de estos servicios fluye entre productos mediocre de consumo rápido o amparados netamente en la nostalgia —elemento infalible— que el cine se ha encargado de hastiar, ya sea con algún remake, reboot, rebosta, recharcha y todo lo que tenga «re».
¿Vamos a lo nuestro? Pues la literatura tiene una visión diferente, porque si lo vemos en porcentaje y masividad, es bastante menos que los otros medios descritos. Podríamos contar los éxitos mundiales de ventas y tomarnos desde esa arista, pero es engañoso (y engorroso) tomar el total de éxitos vs. la cantidad publicada. Lo que el efecto MP3 juega en este caso es con el acceso a los libros, la aparición de los eBook, la generación de una gran biblioteca mundial en las redes y los accesos a distancia, que tienen en el borde a la librería clásica.
¿Y qué sería el efecto MP3? o ¿qué carajos es el efecto MP3?

Te arrastré hasta acá solo para dejarte claro que aun me falta validar esto con un análisis exhaustivo, revisión bibliográfica completa e investigación de campo, pero puedo adelantar un poco. El efecto MP3 es la concentración del disfrute en un medio único o al menos hegemónico, que no interrumpe la vida diaria y carece de la necesidad del gusto masivo. Por esta razón, los grandes productores pierden fuerza en contarnos/mostrarnos/regalarnos lo que «piensan» como exitoso y los artistas tienen un contacto más directo con el público, tal cual se ve en las RRSS (parte de otro análisis). Le he denominado así por la fecha en la cual aparece, coincidiendo con la masificación de internet, el cambio de comunicación portátil y la muerte lenta de los negocios estáticos. ¿Puedo estar errado? Por supuesto, incluso sacando las excepciones a la regla, quedaría corto si me enrostraran artistas mundiales en la actualidad, pero insistiré en la percepción clara de nichos cada vez más especializados, gustos más puntuales y expresiones artísticas sumadas al ímpetu de la multitarea.
Si Spotify es la evolución del acceso a la música (y programas de escucha) como el streaming lo es de lo audiovisual, entonces la literatura pareciera ir sin frenos hacia lo digital, ya sea por espacio, por compromiso medioambiental o por comodidad… La maldita comodidad rutinaria y no estoy tan de acuerdo.
Daniel Maturana Caballero
Bioquímico & Escritor CF
Integrante Directorio ALCIFF
