Una de las razones del consumo literario es la necesidad de refugio, de evadir al mundo real por un rato. Motivación que toma mayor fuerza en estos tiempos donde el exceso de información colapsa la salud mental de cualquiera.
A simple vista se podría pensar que los géneros de fantasía o ciencia ficción serían los más idóneos para conseguir este propósito y soñar con un mundo mejor, pero la realidad es que en su mayoría estos escritos describen caos, destrucción y decadencia.

Siendo consumidora y productora de historias violentas, desesperadas, criminales y misteriosas, reconozco que son tramas atractivas y adictivas, sobre todo porque resultan lecturas «participativas» en las que el lector va tratando de descifrar la solución de la tragedia planteada antes de llegar al fin.
También es sabido que las formas de pensamiento son las que van creando realidades —muchas veces de forma inconsciente— y se actúa o se deja de actuar acorde a lo que se piensa, aun cuando lo que se cree que ocurrirá será terrible, y así tenemos profecías nefastas autocumplidas. De esto surge un posible aporte literario al sembrar otro tipo de mentalidad sobre lo que nos deparará.
Por otra parte, sabemos que toda obra literaria debe ser creíble y coherente; con mayor razón las que crean mundos de fantasía y ciencia ficción, haciéndose imprescindible usar elementos de nuestras vidas para reconocerlas en la creación. Entonces, ¿de dónde sacar inspiración para visualizar un futuro armónico para la humanidad?
Las utopías de frentón se descartan, no porque una de sus definiciones afirma que son irrealizables, sino porque jamás estaremos todos de acuerdo sobre qué es «bueno» y qué es intolerable, ni menos en las formas en cómo conseguirlo. Pero frente a la necesidad de ir más allá de la entretención o denuncias de aspectos humanos oscuros, recordé el ciclo de charlas de ALCIFF sobre ecoespeculación y no me cabe duda de que ese subgénero de la ciencia ficción propicia la creación de una literatura positiva como evasión de la realidad, y quién sabe si como aporte a encauzar el futuro.
Esto no solo por la obviedad de que ricos y pobres necesitamos los alimentos, fuentes de agua de nuestra tierra y un aire con, al menos, cierto nivel de oxígeno; por tanto, en algún momento todos remaremos hacia el mismo lado. De hecho, ya se implementa el cuidado medioambiental en diversas decisiones y los profesionales afines han visto su mercado en expansión.

Hace un tiempo leí un artículo de uno de estos equipos científicos que fueron llamados porque en un río se estaba perdiendo toda forma de vida (flora y fauna). La doctora a cargo pudo descubrir que se originó por un cambio en las actividades de los habitantes del lugar. Algunos años atrás la fuente de ingreso de los lugareños era la venta de uno de los peces de ese «río muerto», pero cuando dejó de ser rentable emigraron a ciudades más desarrolladas, lo que generó una sobrepoblación del pez y la consiguiente extinción de su alimento. Así se gatilló una espiral de desequilibrio de dicho ecosistema. La doctora contó que ese era solo uno de los ejemplos en que ha podido concluir que nuestro rol depredador, que poseen todos los seres vivos, podía ser beneficioso para los equilibrios, siempre y cuando, vaya de la mano con nuestros conocimientos.
Aunque la toma de conciencia sobre lo vital que es cuidar nuestra casa no está al nivel que requerimos para un buen vivir a nivel planetario, la ecoficción podría ir sembrando ideas y esperanzas de un armónico y, por tanto, más inteligente futuro.
Claudia Readi S.
Alciffiana
