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Filip Hodas (Czech Republic) |
“…el escritor de ciencia ficción es una criatura de su tiempo, y al tratar de imaginar un cambio en la ciencia y la tecnología es muy probable que se base en los cambios que él ya puede ver en germen”. (“Asimov on Science Fiction“, 1983)
No tengo para qué asegurarles que si existe un género literario dedicado desde sus inicios a la Ecología, ya sea anunciándola, poniéndola en crisis o solo proyectando sus implicancias en el mundo real, éste es la Ciencia Ficción. Y trataremos de probarlo con la revisión de algunos aspectos relevantes de esta textualización política (nos referimos a la puesta en práctica ficcional de ideas, argumentos y tesis ecologistas a lo largo de 200 años), primero de manera general en la literatura de ciencia ficción norteamericana y europea, y finalmente, de modo especial, en algunas obras chilenas muy poco difundidas.
Cuando el futuro nos alcance, que nos pille leyendo ciencia ficción…
Si encadenamos términos como sociedad, tecnología, paradigma y ambiente, obligándolos a coexistir pacífica y organizadamente, estaremos generando una discordante relación simbiótica, que pronto se nos manifestará como una tesis naturalista puntual, osea, antropogénica, osea otra vez, un “producto social reglado por el factor humano”. Al tiempo que la ciencia oficial (como paradigma rector) no logra dar con un enfoque popular y relevante para atender los problemas derivados de las sucesivas crisis ambientales y sus posteriores debacles civilizatorias, dado el metódico desencuentro de ecosistemas y ambientes naturales, por un lado, y sociedad productiva y cultural, por otro, ni menos, para servir de guía meridiana a ese potente vínculo práctico entre ambos: nos referimos a la tecnología, territorio por excelencia de las dificultades y a la vez, las esperanzas sobre el futuro, que aunque tarde, siempre nos alcanza…
Así, la mayoría de los problemas medioambientales han sido inventariados desde la literatura de anticipación, especulación científica o genéricamente “ciencia ficción”. Existiendo un amplio y reconocido corpus de obras del género, tanto en el cine como en la literatura, estos han rendido frutos discursivos sobre dichos temas. Muchas de las obras se centran particularmente en el problema del agotamiento de recursos como aire, agua petróleo, generando así escenarios postapocalípticos. Fácilmente, todos recordamos la saga del self-made-postmen, Mad Max (Mad Max, de 1979, The Road Warrior, de 1981, Mad Max: Beyond Thunderdome, de 1985, y Mad Max: Fury Road de 2016); pero pocos citarán una “joya oculta” del cine ecopolítico, Silent Running (Naves misteriosas, 1978), de Douglas Trumbull, donde la contaminación de la Tierra es irreparable y se precisa mantener a las especies vegetales supervivientes y los últimos grandes bosques en gigantescas naves-invernadero en la órbita de Saturno.
Pero el desastre medioambiental no es unilateral. Ya en The War of the Worlds (La Guerra de los mundos,1898), de H.G.Wells, los marcianos enfrentan una escasez de recursos que los lleva a invadir la Tierra; la novela, siempre leída como alegoría de la expansión imperialista británica, también debe añadir a la ecuación el modelo extractivista –evidentemente no sustentable–, que ineludiblemente torna en desesperación la búsqueda de un nuevo recurso que explotar. Lo mismo pasa si nos situamos en ecosistemas a punto del colapso, por ejemplo, desprovistos de agua, con las clásicas novelas de 1965: The Drought (La Sequía), de J.G. Ballard, y Dune (Duna), de Frank Herbert. En la primera, se habla de un cataclismo que acabó con la lluvia en la Tierra debido a una reacción química entre la contaminación industrial y el agua de los océanos; en el caso de la novela de Herbert –aclamada en su momento como obra maestra de la “ciencia ficción ecológica”–, se esfuerza en crear una ecología planetaria coherente, donde el planeta Duna (“Arrakis” en su lengua vernácula) es un inmenso desierto, gracias al complicado ciclo vital de la principal de sus formas de vida endémicas, unos gigantescos “gusanos de arena” que, en su interacción con el medio, evitan la posibilidad de lluvias (el agua, de hecho, les resulta tremendamente tóxica) y generan una sustancia valiosísima que hace posible los viajes interestelares: la especia. Y más próximo a nuestro presente, The Windup Girl (La chica mecánica, 2009), de Paolo Bacigalupi, construye un mundo en el que la virtual desaparición de los combustibles fósiles ha terminado por disminuir radicalmente el consumo energético de la humanidad, que ahora emplea biocombustibles y grandes animales diseñados por ingeniería genética para mover megageneradores. Hasta los casos antitéticos, en lejanos planetas exhuberantes hasta el paroxismo, pero que son mortales para los viajeros colonizadores, pues sus ecologías vuelven casi insostenible la vida humana, como Hothouse (Invernáculo, 1962), de Brian Aldiss o The Word for World Is Forest (El nombre del mundo es bosque, 1976), de Ursula K. Le Guin. Y por cierto, no puedo acabar esta lista de temores, fobias y calamidades que la ciencia ficción nos legó, sino señalando que siempre puede ser peor… Tal como se nos presenta en el filme Soylent Green (Cuando el futuro nos alcance, Richard Fleischer, 1973) basada libremente en Make Room! Make Room! (¡Hagan sitio!, ¡Hagan sitio!, 1966), de Harry Harrison, que presenta un futuro (2022) donde la sobrepoblación, el calentamiento global, la contaminación y la escasez de recursos motivan una solución “radical” al dilema de cómo alimentar a las masas siempre en aumento: canibalismo-capitalismo.
Luego de esta apretada síntesis, concordarán que la ciencia ficción es el género literario que anticipa avances científicos y explora el ámbito probable de futuras tecnologías, pero dados los vertiginosos cambios de la sociedad industrial de Occidente, sin freno desde el s. XIX, y hasta hoy, han conducido al género hacia representaciones plausibles del destino próximo de los seres humanos y su medio ambiente, el que habitarán de manera inestable o, francamente, hostil. Por cierto, dichas temáticas operan como crítica socio-política directa contra los poderes fácticos. Así, la literatura y su materia prima: el lenguaje, plantean en clave de denuncia epistemológica, los graves problemas ambientales y ecológicos que se vienen produciendo a nivel planetario, esto es, calentamiento global, deforestación, contaminación o exterminio de especies.
Revisemos, entonces, tres novelas poco conocidas de la aún oculta tradición de literatura especulativa chilena, que nos darán cuenta cabal de lo antes expuesto.
David Perry (1856 – 1942)
Uno de los primeros autores chilenos del género fantástico en referirse a temáticas ecológicas o medioambientales, fue David Perry, quien en su novela Ovalle. El 21 de Enero del año 2031 (1933) quien, como supondrán, es hasta hoy un perfecto desconocido. Pero el paleohistoriador de Ciencia Ficción chilena, Roberto Pliscoff, ha sido el único en rescatar su vida y obra visionaria:
“…su mayor obra se centraliza en el desarrollo de su región donde es pionero en impulsar la forestación, el regadío por tranques y canales y la defensa de la vida silvestre; hoy sería llamado un activista ecológico. Su principal victoria fue el preservar, por su sostenida campaña cívica, el último lugar donde se prodigaba aún el bosque nativo de la región, la desembocadura del Limarí, el cual una vez adquirido por el Estado se crea la primera reserva de la naturaleza en el país, la cual con posterioridad se denomina Parque Nacional Fray Jorge.” (Pliscoff, 2007)
La novela se inicia cuando el protagonista, un ovallino típico, hombre de clase media, funcionario fiscal, es transportado por las habilidades de un Fakir a los días de la conmemoración del bicentenario de Ovalle. El Fakir, accede a realizar este viaje en el tiempo y el espacio, en atención al ferviente deseo de nuestro héroe de ver el futuro de su ciudad y las nuevas costumbres de sus habitantes. Por ejemplo, cuando al aceptar cenar en la casa de su bisnieto que le acoge durante su breve visita, éste le señala:
“De ninguna manera, me contestó. Diez minutos bastan para preparar nuestra frugal comida, que vienen hecha desde el Mercado. Los guisos, en su mayoría vegetales, no necesitan gran preparación y una sencilla estufa eléctrica basta para dejarlos en estado de servirlos a la mesa. Nuestra alimentación se compone de productos vejetales, que tanto abundan en esta rejión. No hemos suprimido del todo la alimentación carnívora, porque no podríamos todavía prescindir de ocupar parte de nuestros suelos en la crianza de ganados, pero este resto de barbarie, tiende a desaparecer.”
Es interesante su visión prospectista, pues de la mano de su personaje, asomados al Valle, desde la colina de Tuquí, el protagonista observa asombrado una ciudad de calles anchas y edificios de cemento de tres, cuatro y hasta cinco pisos, reemplazando las antiguas edificaciones de adobes. Visita la Municipalidad , un inmueble de tres pisos, que tiene una terraza para que aterricen “aviones” de despegue vertical. También abundan la presencia de novedades tecnológicas, como el recorrido de un lugar a otro de la urbe realizado por aceras móviles (una cinta mecánica que en un costado de la calle circula en un sentido y en el otro en el sentido opuesto).
Para poner en contexto crítico este discurso artístico del pasado chileno, podemos pensar en la “Modernidad en Crisis”, de Marshall Berman, quien sostiene:
“Todos los hombres y mujeres del mundo comparten una forma de experiencia vital- experiencia del espacio y el tiempo, del ser y de los otros, de las posibilidades y los peligros de la vida- a la que llamaré modernidad. Ser modernos es encontrarnos en un medio ambiente que nos promete aventura, poder, alegría, crecimiento, transformación de nosotros mismos y del mundo y que al mismo tiempo amenaza con destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos, lo que somos.” (Berman, 87)
Por ello, David Perry, en esta novela inencontrable, nos advierte que la modernización y el racionalismo capitalista se están apropiando de la naturaleza, el progreso económico, el industrial, el tecnológico y la expansión de los grandes centros urbanos parecen no advertir la destrucción de las condiciones ambientales. Así, estaremos sembrando el “ecocidio” (en términos del sociólogo mexicano Gómez Tagle) que no solo pone en riesgo los ecosistemas, sino todas las formas de vida tradicionales.
Carlos Raúl Sepúlveda (1945 – 2007)
“En las últimas décadas hemos construido el principio de autodestrucción. La actividad humana irresponsable ante la máquina de la muerte que ha creado él mismo, puede ocasionar daños irreparables en la biósfera y destruir las condiciones de vida de los seres humanos. En una palabra, vivimos bajo una grave amenaza de desequilibrio ecológico que afectará a la Tierra como sistema integrador de sistemas. Este principio de autodestrucción invoca urgentemente otro, el principio de corresponsabilidad que deriva de nuestra existencia como especie y como planeta.” (Boff, 2001)
La biósfera (del griego bios = vida, sphaira, esfera) es la capa del planeta Tierra donde se desarrolla la vida. La capa incluye alturas utilizadas por algunas aves en sus vuelos, de hasta diez kilómetros sobre el nivel del mar y de las mayores profundidades marinas como la fosa de Puerto Rico, de más de 8 kilómetros de profundidad. Sin embargo, estos son los extremos, pues en general, la capa de la Tierra con vida es delgada, ya que las capas superiores de la atmósfera tienen poco oxígeno y la temperatura es muy baja, mientras que las profundidades de los océanos mayores a 1,000 mts. son oscuras y gélidas.
Otro novelista chileno, cuasi olvidado, Carlos Raúl Sepúlveda (1942 – 2007), socio fundador de La Sociedad Chilena de Fantasía y Ciencia Ficción, SOCHIF, y director de la revista Quantor, se atrevió con una novela distópica, sobre un futuro remoto, 20.000 años distante de nuestro presente, en su novela: El Dios de los Hielos (1983). En esta hermosa y terrible novela, difícil de encontrar por ser una autoedición, los humanos han vuelto a ser criaturas débiles dentro de nuevas escalas evolutivas. La biósfera se ha autoregenerado tras la debacle nuclear y la vida en el planeta Tierra ya no depende del Sol, sino directamente de su energía, pero en forma de luz capturada por las plantas y el resto de animales, que ahora comparten el maravilloso fenómeno de la fotosíntesis, como un ecosistema novedoso y original. Por ello, no nos asombra que a su muerte, un amigo cercano dejara escrito:
“Que escribía sobre inimaginables mundos donde los hombres no están dormidos como ahora.” (Nano Acevedo, 2007)
Aquí cabe mencionar que aun no se registra críticamente la dispersa producción chilena en Ciencia Ficción y Fantasía (tanto el literatura, cómics o cine) de las décadas 80`y 90` realizada siempre desde los márgenes, tanto políticos como los propios del género, en un país en busca de una literatura social que diera cuenta del período de oscurantismo vivido. Resaltando así el trabajo de Claudio Jaque, Francisco Simón Rivas, Carlos Raúl Sepúlveda, Máximo Carvajal, Juan Muñoz Pellier, entre otros. Aunque, pensamos, quizás se deba, en parte, al redescubrimiento y visibilización académica de ciertas obras adscritas al género y realizadas en el exilio por plumas más conocidas como Ariel Dorfmann, Alejandro Jodorowski o Patricio Manns.
Antonio Gil (1945)
La historia de Las Playas del otro mundo, de Antonio Gil (Seix Barral, Biblioteca Breve, 2004) se centra en el periplo de un espejo mítico, el cual perteneció a una sacerdotisa azteca llamada Papantzin Xaxán. El espejo es arrebatado por Hernán Cortés y embarcado rumbo a Europa. Su rastro se pierde debido a un naufragio y se recupera en Inglaterra, en reinado de Isabel I de Inglaterra donde, John Dee, un importante astrólogo y matemático de la Corte, se da cuenta del poder del espejo, el cual une tres mundos paralelos a su vez: 1) la conquista de México, 2) el reinado de Isabel I, y 3) una era post-atómica. El artefacto entrega visiones a cada uno de sus dueños que aluden al pasado, presente y futuro. Para recuperar el orden temporal del universo una expedición comandada por Zohar Braña en un futuro post-atómico, quienes tienen la misión de regresar el espejo al centro de la tierra.
«…sobre todo una apología del mestizaje como única riqueza cultural: no es el espejo -el de Xaxán, en este caso- el que mezcla en su superficie guerras, encuentros eróticos, navíos cibernéticos, rostros amantes, ciudades legendarias y envejecimientos; somos los seres humanos los que producimos el espejismo que permite presenciar por un instante una imagen que agrega la verdad del Apóstol Pablo -«todo lo vemos como en un espejo, oscuramente»- a la fantasía conspirativa de Miguel Serrano, la metafísica anglosajona y la cosmología que América devoró, sin digerir aún, cuando llegaron los occidentales.” (Labbé, 2004)
Las playas del otro mundo nos alerta concretamente sobre “el temor a lo que no conocemos se manifiesta en términos de espacio” (113) o que la “psiquis es un cuarto oscuro” (52), permitiéndonos interpretar dicha expedición hacia la Antártica, como un viaje intrapsíquico y transformando, gráfica y expresionista, la mente en un lugar transitable, en el que sortear témpanos, abismos, y desiertos en un viaje que lleva a los personajes cada vez más dentro de sí mismos. Desde esta lógica entendemos por qué los cuerpos de Dee o de Kelly se describen en términos de un paisaje interno: “…por la sierra de los órganos, entre los despeñaderos, árboles y raíces de nervios, vísceras, venas y arterias, selvas de tejido y praderas de piel humana, bajando hasta el roquedal de los huesos, allá en los vastos desiertos por donde sopla el espíritu, huracanado y sin pausa” (147).
Finalmente, la atenta lectura de esta y otras tantas obras (latinoamericanas) nos llevarán a establecer la férrea conexión entre ciencia ficción y ecología, en el Tercer Mundo; anunciando así, que esta modalidad de literatura fantástica no solo trae a presencia visiones postapocalípticas, como consecuencia directa del comportamiento social y su correlación devastadora en la naturaleza; sino que cuestiona las anquilosadas bases de la literatura social, tan caras a nuestra región, pues lo hace desde un soporte ficcional, claro, pero tan parecido a nuestras peores pesadillas diurnas.
MARCELO NOVOA (Viña del Mar, Chile, 1964) es poeta, editor y crítico. Doctorando en Literatura. Fundó la Editorial Trombo Azul de Valparaíso, gestión independiente de culto de los años 80tas. También, cumplió funciones de editor de Universidad de Valparaíso Editorial durante 10 años. Ha publicado poesía, crónica y antologías, entre sus principales títulos destacan: “LP” (1987, reeditado el 2017 en su versión íntegra), “Arte Cortante” (poemas reunidos en 1993, 2003 y este 2019), y Años Luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile (2006).