Por Irving Jesús Hernández Carbajal – Club de lectura de ALCIFF
El Club de lectura de ALCIFF se reunió el primer día de agosto del año 5532 del calendario andino, para comentar la obra Chamanes eléctricos en la fiesta del sol, siendo el tercer libro degustado en este festín literario.
Mónica Ojeda nos presenta en esta ocasión una novela donde emplea un recurso literario que ya había explorado incipientemente en uno de sus primeros trabajos: Nefando. Pero con el oficio ganado gracias a la experiencia logra mayor maestría en su aplicación, haciendo una narración muy orgánica de la historia, la misma que es contada desde las diferentes perspectivas de los personajes que acompañan a Noa, la protagonista. Así, la autora recrea una serie de sucesos inquietantes a través de múltiples registros, que dan cuenta de las diversas percepciones, algunas lisérgicas, y de sentires subjetivos.
Chamanes eléctricos en la fiesta del sol es definitivamente una experiencia donde lo central es el constante desplazamiento, tanto de los personajes, como de nosotros en tanto que lectores; de esta manera somos parte de un viaje en el que nos acompañan todo el tiempo los escenarios sublimes del Ecuador: dignos de ser admirados, pero que al mismo tiempo, por sus proporciones, historicidad primigenia y belleza, resultan también amenazantes y deben de ser temidos.

Uno de los temas principales que articulan a la obra es la violencia, ya que los personajes buscan huir de las ciudades que están siendo asoladas por el crimen, más organizado que el propio Estado, una realidad cada vez más compartida en toda Latinoamérica, donde los cuerpos ultrajados son exhibidos públicamente como muestras brutales de la fuerza anómica de una sociedad decadente.
Antes de que los desaparezcan, los personajes huyen buscando algún tipo de consuelo entre los volcanes, pidiendo clemencia a través del festival, donde los cantos, bailes y la música estridente son los elementos que mezclan pasado y futuro, y nos muestran que por más que nos hayamos alejado, todavía hay una conexión manifiesta con la naturaleza, expresada siempre en la corporalidad y que nos hermana con los caballos que huyen de los truenos, con las ballenas que, quizás, habiten en los lagos y con las aves cuyo destino material fue dictado por la taxidermia.
Pero esta revelación les enseña a los protagonistas que la violencia no es exclusivamente un producto de lo humano, sino que es un elemento constitutivo de lo natural, siendo su principal fuerza creadora.
Mónica Ojeda logra introducirnos en una atmósfera opresiva, donde el peligro de lo violento es constante, tanto en las relaciones que deberían resultar reconfortantes y seguras, como en las que deberían de darse entre un padre y su hija: en su lugar devela la fractura, donde habita una imposibilidad, siempre una distancia, que no nos permite fundirnos con el otro, abrazarlo con plena sinceridad, ya que el otro es siempre un otro para cada uno de nosotros y esa sensación arde y hace que lo lastimemos, aún si decidimos quedarnos o también irnos, por eso, “el origen del canto es el de los cuerpos rotos que desean volver a unirse”.
La escritora ecuatoriana devela un mundo que ruge, que explota, que tiembla y que cuando lo hace nos cimbra y provoca dolor, pero que esconde una belleza que vale la pena atestiguar y que por eso emprendemos un viaje, para entender que “entre tanta fealdad se necesita la belleza y nosotros fuimos a buscarla sin saber que los bellos éramos nosotros”.
Ojeda, como la gran poeta que es, nos lanza una invitación a una fiesta infinita, que es tan provocadora que, pese a su violencia implícita, resulta imposible de ignorar.
Escuchen, pues, el llamado y sean bienvenidos al evento del año solar.
EQUIPO CRONN

