Los Superseñores*†
Un breve análisis de la dicotomía evolutiva expresada en la novela El fin de la Infancia
*El siguiente texto lo escribí ocho años atrás y ¡vaya que cómo pasa el tiempo! Lo hice como análisis personal tras terminar el libro, como hacía por entonces —a veces—, dejando archivos por aquí y por allá, la mayoría ya perdidos por cambios de computador y lo habitual. No se concibió para publicación, sino que a modo de camino para darle forma a esa idea que tenía y que tanto me cautivó cuando leí y que no quería olvidar. Sirvió. El texto perduró, oculto entre los recovecos de Drive. Ocho años atrás… Recuerdo el contexto: en la casa de mis padres, en mi pieza, con un calor tremendo, un verano santiaguino seco, sequísimo; sudado pero ensimismado: cerré la tapa dura de mi edición roja de minotauro y me fui a tirar un chapuzón a la piscina. Luego, escribí el texto.
†No deja de causarme cierta gracia anacrónica la traducción de «Superseñores».
En El fin de la Infancia (1953), de Arthur C. Clarke, se nos presentan dos polos evolutivos desarrollados en la existencia. Uno de estos son los Superseñores, seres prácticamente inmortales, de un magnífico intelecto, capaces de investigar los sinfines del universo; el otro, la Supermente, una entidad mental constituida por una sumatoria de razas que a lo largo de la historia universal se han unido como miembros de esta existencia específica, desligada de las propiedades del mundo físico. El punto clave de la novela que deseo analizar es la manifiesta frustración que experimentan los Superseñores al no poder llegar a ser parte de esta otra forma de vida, puesto que conforman una raza estéril, en que, si bien han alcanzado un apogeo de las capacidades intelectuales, son incapaces de reproducirse y posibilitar algún cambio evolutivo (modo a través del cual las otras razas eventualmente originaban individuos que comenzarían el paso hacia la Supermente, como ocurre con los humanos en la novela). Sumado a este estancamiento en su especie, se nos revela que la Supermente los utiliza como instrumentos para proteger a las futuras razas que se unirán a esta masa incorpórea, encargándoles el cuidado de estas civilizaciones para que lleguen adecuadamente a su clímax físico y no caigan en alguna autodestrucción durante los descubrimientos del universo parafísico. Esta amenaza vivida por las sociedades en transición no se describe ni se revela, dado que los Superseñores, ajenos a esos potenciales, eran incapaces de comprenderla, menos aún el hombre en su situación actual.

De esta forma nos enfrentamos al relato nostálgico de los Superseñores que envidian cariñosamente a los humanos elegidos por la naturaleza para hacer el salto evolutivo descrito y que se sienten esclavos tanto de la inmensidad del cosmos como de las fuerzas etéreas de la Supermente. El hombre hace el salto, Jan Rodricks se despide de su planeta y Karellen alza un último saludo a sus viejos amigos terrestres mientras se aleja del sistema solar. Mas una gran fuerza se hace evidente en todo este drama estelar: los Superseñores son poseedores de una enorme motivación a seguir estudiando la fuerza que los subyuga, pacientes y esperanzados en un destino que podría cambiar su situación. Es a partir de esto último que emito mi breve comentario de las especies en juego.
La Supermente se nos presenta como una entidad aparentemente superior a aquellas que merodean el mundo físico, pero el mismo Jan Rodrick se pregunta en un momento si esta supercreatura tiene a su vez sus propias metas, sus propias penas y alegrías. No lo descubrimos con claridad a lo largo de la novela. Y por otro lado los Superseñores se lamentan no acceder a ella, considerando Jan justificada esta congoja. Aun así, no considero que este lamento constituya la verdadera tragedia, la cual es más bien el aparente control por parte de la Supermente. La situación parece ser un episodio en la historia de dos grandes energías que rigen el universo de Clarke: los exploradores del mundo físico y los amantes de conciencias colectivas. Los Superseñores no viven un tormento propiamente tal: son los acreedores de una individualidad que les permite sentir, conocer, experimentar y gozar desde la maravillosa perspectiva del individuo, insaciable de conocimiento, dotado del eterno asombro por lo nuevo y por lo arcano. Se describe que la infinitud del universo abrumaría a cualquier cognoscente, pero discrepo en que la enormidad de la ciudad de las estrellas sea un horrible portento, sino más bien la puerta a una plenitud infinita para estos seres invitados a explorar de manera, a su vez, infinita.

No atribuyo de todos modos que la tristeza de estos inmortales sea su mera ignorancia en algunos aspectos, dado que efectivamente existe esta especie de esclavitud que espero sea eventualmente resuelta, pero es el deseo de ser parte de esta Supermente el enfoque erróneo que atribuyo a los Superseñores. Esta supermentalidad, por otra parte, no puede estar en absoluta plenitud estática si lo que continuamente hace es buscar nuevas civilizaciones: su necesidad es la de encontrar nuevas especies con quienes comunicarse y compartirse, lo cual el universo también proporciona en cantidades infinitas.
Es comprensible la impotencia de los Superseñores al intentar comprender estas mentes unificadas: es parte de su naturaleza intelectual el querer comprenderla al máximo, pero la clave reside en que son esencias totalmente distintas, cada una con sus respectivas atribuciones para jugar su rol universal.
Del mismo modo imagino se siente ante algunos aspectos la Supermente al observar a su paralelo evolutivo. «Las estrellas no son del hombre», relatan las páginas, y por ende creo que tampoco lo eran para las otras especies destinadas a esa etapa de existencia «mentalizada», pero las estrellas sí son para los Superseñores y lo son para su eterno júbilo.

Dos tipos de organismos, ambos con deseos y pulsiones, uno del que no sabemos prácticamente nada y otro del que podemos imaginar un poco más. Los Superseñores buscarán incesantemente la liberación de la gran mente y tal vez lo logren y tengan así toda una infinitud de universo para gozar; la Supermente tendrá sus infinitas civilizaciones con quien comunicarse. En la eterna historia del universo no estoy seguro de que se encuentren momentos de perfecto equilibrio y me cuesta imaginar una culminación que sea estática, porque es su misma infinitud la que puede llegar a proporcionar la también infinita plenitud para los seres que alberga, siempre curiosos y vitales ante los ojos del autor. Tal vez sea un «orden» al que se apunta. Quizá los Superseñores y la Supermente lleguen a complementarse armoniosamente. La Naturaleza cósmica tiene siempre sus razones, sobre todo cuando de literatura se trata.
Los Superseñores y la Supermente, una hermosa historia de Arthur C. Clarke, extrapolaciones de posibles porvenires del humano narrados de una forma preciosa en una novela que envuelve de aquella forma en que las páginas parecen gritarles a los dedos que no dejen de darles vueltas, clamando la perfecta atención de cada una de sus palabras tatuadas. Gran libro. Librazo.
Santiago de Chile, 6 de enero de 2014

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