¿A cuánto sale el boom de ciencia ficción?

Hace unos días me encontré con un interesante reportaje sobre literatura juvenil publicado en un renombrado medio de prensa nacional. Este describía con bastante optimismo las condiciones del llamado «boom editorial» de la literatura juvenil —desde los 15 hasta los tiernos 27 años— en el cual la ciencia ficción y la fantasía contaban con amplia representación no solo en Chile, sino a nivel mundial. Dentro de la algarabía transaccional, sin embargo, una de las entrevistadas acusaba la persistencia de injustos prejuicios culturales respecto a la calidad literaria de las obras dirigidas a públicos juveniles, asegurando que no existen géneros mejores o peores porque, en última instancia, toda apreciación es subjetiva. El llamado era a continuar produciendo y consumiendo literatura juvenil, siempre atentos al ranking de los más vendidos del mes, convenientemente ubicado en la página siguiente.

Esta «capitalofilia» literaria me resulta fascinante, pues desnuda sin pudor alguno la perversa relación simbiótica que hemos establecido —y aceptado obedientemente— entre mercado y calidad artística. El problema no es nuevo (de hecho, es casi tan viejo como el capitalismo mismo), pero aventuraría que sus efectos para el campo de la ciencia ficción chilena y, quizás Latinoamericana, no han sido del todo abordados.

Una breve recapitulación para entender el contexto de este fenómeno. Hace cuarenta años el gran problema de la literatura prospectiva en Chile era uno de representación y visibilización: las pocas obras que se conocían tenían una o dos ediciones, no existían editoriales especializadas ni canales de difusión legitimados y los pocos autores que se atrevían a ir más allá de los derroteros realistas y testimoniales lo hacían asumiendo una suerte de marca cainita que los mantendría para siempre o en la periferia «paraliteraria» o, en el mejor de los casos, como especímenes de estudio para la otredad académica. La situación hoy es radicalmente diferente, pues las modalidades no miméticas cuentan con mayor aceptación por parte del público, académicos y creadores, lo que ha repercutido en una mayor cantidad de editoriales especializadas y un auge importante en la producción de literatura fantástica, de ciencia ficción y terror.

En otras palabras, quizás nunca antes se había escrito y leído tanta ciencia ficción en el país, lo que no deja de ser importante. Aun cuando concedo que este es un resultado al menos parcialmente positivo, en el sentido de que ya no es necesario sumergirse entre montañas de libros en antiguas bibliotecas para dar con la última versión de una antología perdida de 1933, también debería ponernos en alerta respecto a las condiciones de aquello que consideramos un «éxito». El reportaje señalado al comienzo de esta breve nota es un buen ejemplo, pues, tanto para el periodista como para las entrevistadas, este nuevo auge se mide a partir de indicadores de volumen: «cuánto» se publica y «cuánto» se lee son los únicos factores que parecieran interesar al momento de decretar el sospechoso boom, aun cuando los paupérrimos índices de comprensión lectora en el país son de conocimiento público para todos. Sin embargo, no deberíamos dudar de la sinceridad detrás de estas palabras, pues el fundamento que ampara este fenómeno —así como de cualquier otro boom literario— siempre ha sido el comportamiento editorial; un constructo plenamente capitalista, diseñado para señalar un momento histórico cuya faceta distintiva recae en el auge irrestricto de mayor demanda ante un producto específico, en este caso, de literatura prospectiva para jóvenes y adultos que creen seguir siendo jóvenes. Si nos vamos a alegrar, entonces que sea por la viabilidad económica de proyectos que antaño no merecían ni la hoguera y que hoy, quizás, le permitan a un par de entusiastas levantar una editorial y subsistir bajo la ilusión de estar aportando a la cultura del país.

Y digo ilusión no para desestimar este tipo de emprendimientos, que tanta falta hacen en Chile, sino para dejar en claro que cualquier pretensión de homologar un éxito de ventas con un buen libro es una falacia argumental. No me detendré en ejemplos porque son demasiados y sus títulos se celebran todas las semanas en la prensa nacional; en cambio, quisiera aprovechar para echar luces respecto al alcance que este tipo de prácticas pueden tener para el campo de la ciencia ficción nacional, porque pareciera que, en su búsqueda obsesiva por reconocimiento, el campo prospectivo chileno ha trazado un itinerario acrítico respecto a su propia condición como producto cultural, sin entender realmente que mayor peso transaccional no significa, ni necesariamente ayuda a crear mejor literatura.  

Otras personas mucho más capaces que yo, como Lorena Amaro o Beatriz Sarlo, ya han cuestionado ampliamente esta voluntad perversa por homologar presencia en el mercado con calidad artística, dejando en evidencia la clara necesidad por generar y validar espacios críticos que permitan profundizar y relevar las condiciones estéticas de productos que —a veces se nos olvida— poseen la vitalidad trascendental del arte. La historia universal de la ciencia ficción está plagada de estos hitos autorreflexivos a los que debemos, por ejemplo, la creatividad narcótica del new wave y la crítica cáustica de las distopías de finales de los 90. Creer que estas no son discusiones pertinentes para el campo es simplemente desconocer el campo.

Si las conversaciones públicas solo redundan en índices de mercado, entonces no podemos achacarle a la población, como tantas veces lo ha hecho el mundo político, la falta de referentes culturales de importancia. Estas coordenadas no son innatas, sino que deben cultivarse, aprenderse, desaprenderse y complejizarse a través de la discusión, el debate y la apertura a pensar más allá de las opiniones o el malentendido «gusto personal». En un contexto social marcado por la democratización de los saberes, no nos podemos permitir confundir crítica con censura, so pena de incurrir en la profecía autocumplida de la víctima que se convierte en victimario. Es necesario discutir qué entendemos por buena ciencia ficción y cuáles son los estándares según los cuáles fundamos nuestras apreciaciones si es que queremos que el próximo boom sea uno que verdaderamente dé cuenta de un capital cultural de importancia. De otra manera, seguiremos celebrando que tenemos papel cuando nos faltan las palabras.

Gabriel Saldías R.
Miembro ALCIFF y Académico
Universidad de La Frontera

Publicado por ALCIFF

Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena. Fundada el año 2017.

2 comentarios sobre “¿A cuánto sale el boom de ciencia ficción?

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