Por Marcelo Novoa
Buscaba a algún poeta que hablase de Ciencia Ficción y no viceversa, porque autores de Ciencia Ficción que escriben poesía hay muchos, y muy buenos por lo demás, (a la pasada por allá están Bradbury, Delany o Atwood; y desde acá, Antonio Mora Vélez o Raquel Jodowrosky, entre otros pocos). Pues bien, el que busca siempre encuentra, me lo decía mi abuelita cibernética, antes de irse a mute. Acabo de cerrar El año del verano que nunca llegó de William Ospina (Random House, 2015) quien es traductor, novelista, ensayista y, he aquí mi hallazgo, poeta colombiano con numerosos libros de poesía. Y francamente, su libro es una descarga de placer lector, aunque inclasificable a ratos, pues también es novela histórica y prosa poética y autobiografía y ensayo literario y mucho más…
Partamos con que el meollo narrativo lo suscita la erupción del volcán indonesio Tambora, en 1815, y de paso aprendimos que esta fue la mayor actividad volcánica registrada en la Historia reciente (de hecho, un capítulo del nuevo Cosmos está dedicado a dicho fenómeno magmático) y que provocó desastres naturales por todo el mundo hasta convertir a 1816 en el mentado «año sin verano». Y es que sus tres primeros capítulos son de una perfección que asusta, pues dudamos que tal milagro prosódico pueda mantenerse intacto por sus casi trescientas páginas, pero el hábil oficio cronista de Ospina logra pivotear entre cada restante capítulo, buscando la resolución del misterio vislumbrado por su corazón lírico, transformándose así en otra gran novela de “detectives salvajes”, como puede degustarse en uno de sus párrafos iniciales:
“Ahora lo sabemos. Sabemos qué sombra cubrió la península de Indochina, entendemos el desbordamiento del Yangtsé y la muerte de innumerables búfalos, rastreamos la epidemia de cólera que desataron las inundaciones del Ganges. No resultan ya inexplicables el frío y la oscuridad que cubrieron el Oriente Medio y ensombrecieron los Balcanes y los puertos de Grecia. Acompañamos con dolor pero sin angustia a quienes vieron cómo el verano de 1816 se convertía en un solo azote de frío desde los litorales de China hasta las más inaccesibles comarcas de Nueva Inglaterra.” (pág. 20)
La novela arranca junto al lago Lemán, en la Villa Diodati (Ginebra, Suiza) donde coincidieron algunos días de junio: Lord Byron, Percy Bysshe Shelley, Mary Godwin (futura Mrs. Shelley), John William Polidori, Claire Clairmont, la condesa Potocka y Matthew Lewis. El resto, para la fanaticada es parte del santo grial fandómico; pues durante esas tres noches que duraron días, dos jóvenes y aún desconocidos escritores románticos parieron las bases de la ficción moderna. Allí Polidori inventó El vampiro, germen del Drácula de Bram Stoker. Y Mary Shelley, al atormentado y por siempre monstruoso Frankenstein.
Pero El año del verano que nunca llegó no sólo recrea esta anécdota seminal, sino que la eleva a material sensible con un tema muy caro a sus afanes reflexivos; recordamos aquí “Los románticos y el futuro” de su libro Es tarde para el hombre (1994) donde ensayó su tesis sobre el fin de nuestra ingenua y catastrófica supremacía racional, ya no sólo del reino animal, sino del universo todo, si seguimos desoyendo los sueños de Byron, Shelley & cía:
“Cuando parecían cerrarse para el espíritu las ventanas y los respiraderos de la realidad, los Románticos abrieron por la fuerza no sólo las puertas que daban a los campos donde seguía alentando, llena de milagros, la naturaleza inmortal, sino también las claraboyas y las trampas que daban a los sótanos inexplorados de la conciencia, túneles y pasadizos que el mundo ya no quería mirar…”
Por ello, esta novela histórica, literaria e incluso “autobiográfica” no rechaza ninguna de las herramientas concedidas a Ospina en su práctica de la poesía, al tratar de dar sentido al mundo y procurar un orden al azar. De su obra Lo que piensa el viajero en un cuarto de hotel (2007) rescatamos estas interpelaciones esenciales que, a su vez, recorren toda la novela reseñada, al preguntarse: “¿Piensas tú de verdad que el hombre puede / perder todo el milagro / y después de haber sido esta substancia impregnada de mundos y recuerdos / puede ser algo ajeno, arrojado en el caos de las disoluciones, / negado ya para toda esperanza?” Como cuando intuye las múltiples lecturas radicales que aún resiste la autora de Frankenstein, a la luz del pensamiento contemporáneo:
“Pero basta tener la vida para merecerla, y las cosas que atormentaban a Mary en su pesadilla nocturna no eran las preguntas teóricas de Galvani o de Dippel sobre la posibilidad de animar otra vez la materia muerta mediante descargas eléctricas, de hacer aflorar una chispa divina en lo inerte, sino preguntas que quizás solo una mujer sabe hacerse sobre la virtud de los cuerpos para sobrevivir…” (pág. 229)
Finalmente, me he quedado rumiando que esta excelente novela de Ospina nos regala una obsesiva certeza histórica; pues para que existiese dicho Romanticismo liberador, debió existir antes un Racionalismo que provocó la mortandad llamada Revolución Francesa. Y no puedo menos que entrever en nuestra historia republicana cómo aquel liberalismo moderado, hijo de tales arrebatos europeos, edificó instituciones racionalistas «equilibradas» imposibles de modificar sino es por el desvarío poético o la desmesurada del estallido de un volcán.
MARCELO NOVOA SEPÚLVEDA
(VIÑA DEL MAR, CHILE, 1964)
Poeta, editor y crítico. Doctorando en Literatura. Fundó la Editorial Trombo Azul de Valparaíso, gestión independiente de culto de los años 1980s. También, cumplió funciones de editor de Universidad de Valparaíso Editorial durante 10 años. Ha publicado poesía, crónica y antologías, entre sus principales títulos destacan: “LP” (1987, reeditado el 2017 en su versión íntegra), “Arte Cortante” (poemas reunidos en 1993, 2003 y este 2019), y “Años Luz. Mapa estelar de la ciencia ficción en Chile” (2006). Como creador y agente cultural realiza talleres y cursos literarios, tanto de poesía como del género fantástico, además de participar como jurado, prologuista y reseñista desde hace 20 años. A todo ello, suma la organización de “Chile Fantástico. 1810–2010”, la mayor exposición temática del género en la Biblioteca Nacional (2008), cinco exitosas versiones de la “Semana Fantástica” en Valparaíso y seis temporadas del “Ciclo de Literatura Fantástica chilena”, en conjunto con la I. Municipalidad de Viña del Mar, donde se reúnen y reconocen artistas de distintas disciplinas, unidos por la imaginación y la fantasía. Su editorial Puerto de Escape, con más de setenta títulos publicados hasta la fecha, y su sitio: http://www.puerto-de-escape.cl/, le han convertido en referente obligado en la escena fantástica latinoamericana, y a él mismo, en uno de los nombres claves del reconocimiento y expansión que la Ciencia Ficción y Fantasías chilenas gozan hoy día.
Interesante y entretenida columna, muy en especial aquella analogía del último párrafo donde Marcelo se refiere al estadillo de un volcán.
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