«Estos pájaros, bellos y raros»: Un encuentro casual con Kim Stanley Robinson

Artículo traducido al portugués y publicado por Ana Rüsche en Anacronistas

Pronto habrán pasado ya seis meses desde nuestro encuentro. ¿Por qué me he demorado tanto en escribir esta simple y breve nota, pequeño apunte casi a razón de mero recuerdo del momento, a modo de registro y ante todo de amistad? No estoy seguro, pero dos poemas me han estado rebotando un largo tiempo, pensando en cómo escribir sin traicionar lo sagrado —al menos para mí— que resultó ser ese encuentro al norte, muy al norte (tanto que por allá se vuelve sur), sacro al instante y luego tornado por la enorme sencillez humana, esperanzadora, de lo que fuera esa mañana de domingo junto a la cariñosa campechanía del escritor estadounidense Kim Stanley Robinson, emblemática figura de la ciencia ficción literaria. Los poemas, en cuestión, flora y zoomorfismo acompañantes, si acaso ilustran o excusan lo ya dicho, han sido (y serán hasta que dé punto final a este reporte) uno de Rubén Darío, El reino interior, con estos versos en particular: «y entre las ramas encantadas, papemores / cuyo canto extasiara de amor a los bulbules. / (Papemor: ave rara; Bulbules: ruiseñores)»; y uno de Charles Bukowski, El pájaro azul, del que extraigo: «Hay un pájaro azul en mi corazón / que quiere salir / pero soy demasiado listo, solo le dejo salir / a veces por la noche / cuando todo el mundo duerme». Por eso, creo, me demoré casi seis meses (me resulta más fácil la emoción que la razón si es por justificar una cierta aspiración) y lo bueno es que, quien lea, puede olvidar livianamente esta introducción y comenzar lo que fuera el encuentro casual con el mismísimo autor de la multipremiada Trilogía marciana.

Fotografías por cortesía del autor

Tengo ahora, sentado en mi escritorio, a mi derecha, una foto del maestro Stanley (¿o KSR?), acompañado por otros autores más que conforman mi pequeño panteón de admiración y motivación, colgando del muro; frente a mí, en la muralla, un sticker (un post-it), por meses recordándome, sin perder su adherencia, que escriba esto; y a mi izquierda, la señal que me dio el visto bueno: una tarjeta de agradecimiento de asistencia, que me ha llegado ahora en septiembre, con un mensaje escrito a mano de los ya casados Peter y Lauren, siendo el primero mi «hermano gringo» (se retorcería mi amigo Andrés Corona, ¡pero es que no encuentro mejor nomenclatura!), con quien viví un año entero hace media vida atrás, durante un tiempo de intercambio en Virginia, cerca de DC. Ese matrimonio fue la razón por la que me vi llegando a Davis, un pueblo universitario (y digo «pueblo» guardando las proporciones) en California, muy cerca de Sacramento, donde estudia y enseña Peter. La boda por sí sola es otro gran recuerdo que albergo en mi corazón, biográficamente personal y hermosa, pero en este caso solo la menciono como marco referencial. El encuentro con KSR, en efecto, fue casual y absolutamente no planificado y, para cuando iba de ida en el avión, comenzó como una idea descabellada con probabilidades de ocurrir tendientes al cero. Pero no cero. Y eso bastaba.

Vigorizado por los delirios del jetlag más poderoso que he sentido a la fecha (porque hacía un día y medio, más o menos, que había llegado de Tokio a Santiago y partía nuevamente, sin saber si el sol aún se ocultaría por occidente o no), tuve a la sazón la primera reflexión de lo que sería el Plan K (no tuvo nombre sino hasta ahora mismo, y es en honor a PKD, que también está en mi panteón y seguro lo está en el de KSR, que, sea de paso, hizo su tesis doctoral en la obra de Philip K. Dick, por si alguien se interesa). ¿Acaso no había leído en algún lado que Stanley vivía en Davis y acaso no me parecía, viendo un mapa precargado en el celular, que no era tan grande esta localidad? Sí, en mi cabeza pensé: «No es tan improbable encontrarlo si camino recorriendo». Sí, Arturo Sierra, buen amigo, escritor, también se rio y me preguntó al rato, con su afectuoso humor de siempre, «¿no quieres encontrarte con el POTUS, de pasada?». No habría sido del todo raro si justo pasaba una caravana presidencial: son cosas que, simplemente, a veces (me/nos) ocurren. Estadísticas, ¿no? La cosa es que así lo contemplé. Volando un viernes, llegaba el sábado, con el domingo postmatrimonio y la fecha final —el deadline—, el lunes por la mañana, cuando partía de paseo a San Francisco (otra historia). La ventana de tiempo para el Plan K era de unas cuarentaiocho horas aproximadamente. Sospecho, en retrospectiva, que para que lo improbable ocurra se deben invocar actos improbables por igual. O actitudes, quizás. Cienciaficcionarias, podría decirse.

Apenas aterricé y empezaron los trayectos y viajes y vivencias respectivas, en paralelo existencial de la boda fui preguntando y consultando, a nivel local y digital por igual, por pistas y rastros. Preocupado de planchar bien mi camisa elegida y luego de hacerle un nudo doble a mi corbata, comencé mi recorrido principal, a esas alturas sin horarios concretos de referencia, adentrándome hacia las profundidades californianas en un bus de acercamiento, rumbo a un pueblo aún más pequeño que Davis —que es una ciudad, está bien—, a un lugar llamado Guinda, en el condado de Yolo. Tal cual: Guinda, como el Guindo del chileno Hugo Correa en su novela El que merodea en la lluvia, y Yolo, como el meme. Je. El punto es que me quedaba sin señal y había dado con una posible forma de contacto para el Plan K, obra de mi querida amiga Ana Rüsche, parte de nuestro querido grupito de escritores enlazados por lo que fuera la FUTURECON 2021, y a quien le prometí unos días después esta nota y por quien siempre supe que, aunque tardara seis meses o más, debía escribirla como mínimo acto de agradecimiento, porque, como ya podrán deducir, el contacto aquel funcionó. Antes de perder la señal, redacté un mensaje sencillo y cortés, «Dear Mr. Kim Stanley Robinson», por si llegase a su destino y obrara la fortuna solo hallable en este rubro que desordena el tiempo mismo, «My name is Leonardo Espinoza Benavides (or Leo, for simplicity)», —por si acaso, pensé—, «and I’m a Chilean science fiction author & physician», y terminando de escribir me entregué al sosiego americano…

Bendecido tras una velada de combinaciones de credos y licores, sopesando lo espectacular que había sido beber un whisky escocés casero traído desde Escocia por un escocés que lo guardaba en una cantimplora oculta en su kilt, me bañé, me repuse y me tendí en la cama, devuelta en mi hotel. Luego miré mi teléfono. Una respuesta… ¡Una respuesta! Oh, Arturo, que no me lo ibas a creer: un encuentro casual en las primeras horas del domingo, era decir, en unas pocas horas más, en un huerto comunitario para el que KSR me dio ciertas instrucciones de georreferencia, para encontrarlo y compartir un rato. ¿Podrán imaginarse la emoción, cierto? Todos quienes hemos leído los libros de Kim Stanley Robinson o simplemente hemos oído y estudiado su legado tenderíamos a sospechar una posible confusión de nuestra mente, ¡de nuestro cerebro!, si algo como este «Plan K» se concretara, ¿no? ¡Pues, era real! Davis no era tan grande después de todo, o mi suerte sí lo era y compensaba la ocasión; si bien, en mi defensa, no es que sea un tipo improvisado, es que no conozco alternativa alguna y, cuando el anhelo es sincero, tiende a ganarle a ese cero que antes mencioné, ese de las probabilidades. Claro que aquí comienza, más bien, la genialidad de Stan, como persona, escritor y ser humano en general.

Dormí las horas faltantes como quien apura el sueño. Me tomé a la mañana siguiente unas tazas de café y con jeans y una polera, listo para ayudar con la cosecha si fuera necesario, tomé rumbo hacia esas calles por donde las numeraciones se perdían y se mostraba el Davis de mis lecturas e imaginaciones. Llevé mochila (ya mencionaré lo que iba adentro) y guardé la ingenuidad a propósito, porque, si bien he podido conocer a otras grandes personas en la vida, KSR venía siendo realmente uno de mis héroes (y no exagero: cual anecdotario, alguna vez en mis tiempos de primeros años universitarios, una década y media atrás, recuerdo haberme cruzado con uno de esos típicos reporteros que andan por las calles haciendo preguntas a los transeúntes, de todo tipo, claro, y en la ocasión me preguntaron por algún referente a mencionar, todo en la fugacidad del  pavimento, y en algún lado debe estar ese fragmento televisado donde dije «Kim Stanley Robinson» y apareció una foto de él en la esquina de los televisores chilenos), y entonces ocurría que el adagio se imponía retumbante: «Jamás conozcas a tus héroes». Poco duró: la Medicina me ha enseñado una que otra cosa del espíritu humano y hay corazonadas que vencen a cualquier dicho popular. Se trata de ciertas conexiones. La curiosa mística del fandom de la science fiction. Sol al rostro y entre varios recovecos, lo divisé a lo lejos. Los años en un presente. Ahí estaba y no lo podía creer. Lo saludé contento y pleno, como si tan solo el espejismo me bastara.

Lo compartido es, por supuesto, algo que me reservo y atesoro y resguardo. Solo puedo dar testimonio de que Stan es, en efecto, quien leemos, entrevemos en su obra: ese hombre curioso, inteligente, apasionado y soñador, amante de la tierra y sus plantas y sus pasados y futuros. Hablamos de todo un poco, desde libros de antaño hasta contemporaneidades políticas. Nada de preocupaciones por algún decoro innecesario: cada uno sentado en un pedazo de tronco, jeans y polera, rodeados por hortalizas de un clima no muy distinto al de mi propio país (buen debate se abre en cuanto al vino de aquí y de por allá). Me atrevo a decir que soy más simple en mi andar común que en la forma en la que irremediablemente escribo, ficción o no (la prosa medio poética me resulta inevitable y hace tiempo que dejé de luchar contra ella; nos aceptamos y defendemos), y recuerdo que toda esa mañana fue cálida y serena, terrenalmente maravillosa. ¡Tantos detallitos que albergo en la memoria! Pero esos, nuevamente, me los debo quedar, fiel al párrafo primero. A estas horas de la noche me permito escribir junto a mi pájaro azul, a veces papemor y a veces un bulbul… Aunque se hace tarde: casi las dos de la madrugada y debo completar este relato, querida Ana, lo sé, y gracias por la chispa. Y gracias, qué más puedo decir, a todas esas cuerdas vibrantes que forjan los senderos que uno toma en esta vida. Un domingo conocí por primera vez, en vivo, a Stan y tengo la sensación de que cruzaremos caminos otra vez…

Kim Stanley Robinson & Leonardo Espinoza Benavides

¡Mi mochila! Sí, que acá pido una cuota extra de confianza en la veracidad de mi relato. Como he recalcado, el encuentro y el Plan K fueron completamente casuales, lo que no significa que no depositara mi alma en su destino una vez concebido en pleno vuelo, a diez mil metros sobre el suelo, pero ciertamente hay coincidencias que a uno le hacen cuestionar, con media sonrisa en la cara, las supuestas reglas del azar universal. Antes de salir de Santiago al Estado Dorado, como siempre antes de viajar me dispuse a escoger un libro, o un par, para que me acompañaran en el viaje. Andrés Olave, otro buen amigo y escritor, me insistía en William T. Vollmann (y en que visitara el Tenderloin de San Francisco) y casi terminé por convencerme de llevar algún PKD, un clásico californiano adoptivo, por supuesto. Sin embargo, hacía poco que me había llegado por correo la nueva edición de la editorial Tor que reunía Las tres Californias de KSR, todas juntas en un volumen precioso. Insisto, y por mi madre que no miento, que cuando lo tomé, lo escogí y lo metí a mi maleta (mochila), todavía no había siquiera pensando en la remota opción de toparme con su autor. Tengo junto a mí, seis meses más tarde, ese mismo libro firmado y dedicado. La historia del cómo fue que eché en mi mochila el libro y ningún lápiz, eso sí, quedará para otra ocasión o para quien me encuentre alguna vez en mi propia huerta comunal, real o inventada.

Leonardo Espinoza Benavides
Santiago de Chile – Septiembre, 2023

Publicado por ALCIFF

Asociación de Literatura de Ciencia Ficción y Fantástica Chilena (ALCIFF), una organización comunitaria sin ánimo de lucro dedicada a la promoción y desarrollo de la ciencia ficción en particular y la literatura fantástica chilena en general. ALCIFF se desarrolla mediante los proyectos de sus integrantes nacionales e internacionales.

Deja un comentario